El
carnaval, en su origen, era una práctica pagana de los
romanos con la finalidad de rendir culto a los dioses Momo y
Baco que simbolizaban, respectivamente, la alegría y
la libación. A los españoles se debe el hecho
de haber traído el carnaval al Nuevo Mundo.
En
Calkiní, como en muchos países de habla hispana,
el carnaval es practicado por niños, jóvenes y
viejos, es decir, no existe límite de edad para disfrutar
de esta tradicional festividad. Se puede asegurar que por su
originalidad y colorido es un festejo único en el Camino
Real. Es tanta su fuerza de seducción que en esas fechas
(febrero o marzo) se acrecienta la visita de amigos y familiares
avecindados en otros estados de la república. Quien no
ha disfrutado un carnaval de Calkiní no sabe lo que es
bueno; valdría la pena darle una probadita.
Una
de las diversiones más celebradas, que ha desaparecido
de su contexto, es la comparsa del “gallito”, formada
por un grupo de jóvenes, los cuales interpretaban un
canto con letras de hechura fina, que satirizaban a las personas
de manera elegante. Cuando se quiso resucitar, se tuvo que prohibir,
porque se confundió la esencia de su origen, al transformarse
aquellas letras cautivadoras en una sarta de ofensas, dirigidas
tanto a las autoridades como a particulares.
Este
grupo heterogéneo cargaba un gallo de vistoso plumaje,
que lo iban peloteando al son de una música pegajosa.
Bailaban en rueda y en medio; un payaso moviéndose por
todos lados, mientras en coro, todos -con un papel en la mano-
desgranaban picarescos versos, en donde hacían alusión
a las personas que durante el año sufrieron algún
percance físico o su conducta haya sido motivo de habladurías;
cuando escuchaban a estos personajes o les contaban lo que decían,
no se sentían aludidos, debido a que los mensajes tenían
una construcción muy ambigua y delicada.
Ante
el veto de las autoridades por el renacimiento de esta actividad,
pero en tono agresivo, un grupo de personas anónimas
se valió de otra artimaña: los panfletos que se
tiraban clandestinamente en la ciudad por lugares estratégicos;
un acto todavía más reprobable. Sin embargo, el
pueblo afecto al encanto de lo prohibido siempre los conseguía
para darle gusto a su morbosidad.
Esta
gente, que se cobija en la clandestinidad para lastimar honorabilidades,
no quiere entender que el carnaval es una fiesta de crítica
de altura, en donde el juego de palabras transmite lo que el
público desea, pero de manera creativa y no con aquella
palabrería dicha en forma burda e irrespetuosa. Hoy,
ese “gallito” de antaño se ha vuelto afónico;
ya no cuenta con ese canto alegre de mensaje chusco. Ha muerto
por completo; lo mató la vulgaridad. Ojalá vuelva
a reencarnar, pero en traje de gala que da la palabra bien creada.
Pero
la fiesta de Momo y Baco sigue su curso; no se detiene, se transforma
y adquiere innovaciones en el camino, pero conserva lo más
importante: el espíritu intacto de la música,
color y la alegría. Señalaremos algunas:
Antes,
las comparsas y estudiantinas se acompañaban de música
viva, hoy es electrónica. Ayer, la diversión era
un poco más recatada; hoy, predomina el desparpajo y
preferencia por el ritmo atolondrado de la música
disco como le llama la juventud. Ayer se pintaba en el
martes de carnaval con un polvo para lavar y se respetaba a
la familia; hoy se pinta con todo y se arremete a quien se ponga
en el camino; hoy los paseos de los carros alegóricos
son insuperables en comparación con los del ayer.
Sea
lo que fuese, el carnaval de antes como el de hoy es digno de
elogiar; todo depende del color del cristal con que se mira
la época que a cada uno le ha tocado vivir.
Después
de todo, el carnaval de Calkiní se puede resumir en lo
siguiente:
Por
sus concursos de todas las edades para elegir a los soberanos;
por la concentración de estudiantinas en la Unidad Deportiva
“20 de noviembre” (una gran oportunidad para aquellas
personas que no son afectas a salir durante el carnaval); por
sus bailes de gala y de disfraces con su lluvia de serpentinas
y confetis; por los osos nunkinienses que vienen de excursión
a estos lares; por su noche de vaquería; por la bulla
que se arma entre los muchachos el martes de pintadera; por
la exhibición de carros alegóricos en sus diferentes
modalidades; por las bataholas que se forman a cada rato por
causa de Dionisos; por la asistencia de las comparsas y estudiantinas
en los domicilios donde fueron invitadas, y por último
la lectura póstuma del testamento y quema de Juan Carnaval.
Este
es el carnaval de mi ciudad; una tradición incambiable;
una fiesta a la que se ha dado identidad y arraigo gracias a
la participación del pueblo en general, que no olvida
sus raíces, y en especial las escuelas de todos los niveles,
que sin ellas no se mantendrían vivas estas festividades,
y de igual manera a los encargados de organizarlas (las autoridades
municipales).
Calkiní
es tierra pródiga de insuperables tradiciones.
Martes
de Carnaval.
-¡Ahí va! ¡Ahí va! ¡Qué
no escape! -exclama excitado un grupo de mozalbetes empuñando
en sus manos un polvo azul, de ese material usado en antaño
por las mujeres para lavar la ropa, que se va regando en el
camino mientras persiguen a un muchacho que tuvo la mala suerte
de atravesárseles a su paso.
Aunque
en realidad no ha sido casual, fue a propósito. Es un
martes de carnaval, mejor conocido como de pintadera;
una fiesta en donde ningún joven o niña resiste
la tentación de dejarse pintar. Aquel perseguido no corre
para salvarse, sino que actúa porque sabe que es el precio
que se paga en el martes de carnaval.
Desafortunadamente,
esa costumbre se ha ido degradando por el uso de materiales
prohibidos como el chapopote, pintura de aceite, huevos, etc.,
y además ya no se guarda el debido respeto a la investidura
de ciertas personas como las mujeres, transportistas, visitantes,
incluso se llega al colmo de pintarrajear los vehículos,
que tienen la mala fortuna de transitar por donde corretean
esos gañanes.
Esa
costumbre de la pintadera ha perdido parte de su esencia
y poco a poco se ha ido trasladando a los barrios. Ahora son
escasos los adolescentes que la practican tal como debe de ser
y les han cedido el lugar de manera automática a los
niños.
Doña
“Huacha Sierra” y sus “viejas verdes”.
Al
compás de una contagiosa pieza musical o de raíces
hispanas viene bailando en graciosos giros un grupo de mujeres
de la tercera edad. Aunque el tiempo ha dejado huellas en sus
envolturas físicas, aún conservan fresco y henchido
el corazón de regocijo y sabor musical.
Esplende
en el grupo la más vieja, la más salerosa, la
que ostenta el escudo de la comparsa que por muchos años
no ha dejado de participar en el carnaval de Calkiní,
se trata de la desaparecida doña “Huacha Sierra”
y sus “Viejas verdes”.
No
obstante haber partido, su espíritu se mantiene vigente
en el alma de estas fiestas,
y de la comparsa que formó, aunque con nuevos elementos,
la cual sigue dando batalla como el primer día en que
ella decidió crearla.
Requiéscat
in pace, doña Eufrasia Sierra.
Visita
de las estudiantinas a domicilios anfitriones.
La
familia entera y amigos invitados esperan, calmosamente, la
llegada de las estudiantinas invitadas para actuar en casa,
mientras saborean ricos antojitos regionales y bebidas en honor
de Dionisio.
Cuando
se anuncia la presencia de los artistas, todo mudo arrecia en
la gula y libación y se apresta a levantarse para dirigirse
al lugar destinado para la actuación de los invitados.
La
intervención del grupo de danzarines alcanza su clímax
cuando a los dueños de casa se les invita a participar
con el baile de la jota. En un principio como que no quieren
la cosa, pero luego saltan eufóricos al ruedo, ahora
sin ninguna clase de inhibiciones por la animación de
los amigos, por un lado; y por el otro, por Baco. Su actuación
ha sido soberbia y se les premia con un nutrido aplauso.
Con
esta pieza musical española concluye la visita de las
estudiantinas, pero con la promesa implícita de volver
el próximo año.
Esta
singular costumbre ya ha sido adoptada por muchas familias calkinienses
y algunas sociedades culturales, como la REYDE, que se programan
para recibir a las comparsas y estudiantinas en sus respectivos
locales.
Fuente:
Un
viaje folklórico por el solar nativo. Andrés
Jesús González Kantún. Vol. 6 de la Colección
Ah-Canul. Ayuntamiento de Calkiní, Campeche; 2007. 82
Págs. / Fotos: proporcionadas por Narciso Cuevas Flores.
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