El corazón de Ah' Canul - 11
 
No. 11
Los tricicleros
(Continuación)
Andrés Jesús González Kantún
 
 

Algunos son buenos para cobrar y le tiembla a uno las manos para pagarles; otros son más conscientes, cobran lo justo tomando en cuenta la distancia; otros no dan servicio si no se completa a dos pasajeros. Pero cuando coincide una familia, hasta en el toldo quisieran instalar a los niños.

Intentar ocupar un triciclero en plena carrera es una verdadera proeza, se vuelven sordos a propósito al llamado de la clientela y si acaso responden, con voz ruidosa se excusan con naderías infantiles, no obstante, que a veces no tienen la necesidad de desviarse del rumbo que llevan, tal parece que no necesitan el dinero. El desplante es una de sus características.

Como en todos los oficios, entre los tricicleros no faltan sus personajes sin pares que atolondran si no se conocen. Entre estos trabajadores, descuella uno a quien le apodan: "El gato volador". Transita por la calles vertiginosamente en busca de pasaje, insuflando atronadoras palabras sin sentido que asusta a quien lo intenta contratar. En realidad es una persona inofensiva que le gusta jugar y exhibirse con actitudes infantiles que no van de acuerdo con su edad. Incluso en las aglomeraciones de personas le gusta ponerse de cabeza, manteniéndose erguido durante un breve tiempo, y después de reponerse, lanza un grito estridente que se pierde en los intersticios de la multitud, ensimismada en la atención de su espectáculo, obviamente causa un gran revuelo.

En los periodos electorales, los tricicleros aprovechan la ocasión para renovar el toldo de sus vehículos, lo reciben como un regalo de los partidos contendientes (los más fuertes) como si este gesto caritativo les garantizara el voto. Algunos radicales se niegan a aceptarlo, los simuladores se dejan seducir. Para asegurarse que la propaganda le llegue al público, hay un partido en especial con los colmillos bien retorcidos que le ha servido para mantenerse durante mucho tiempo en el poder, que prefiere instalarlo en el momento de la entrega Los triciclos, aves amarillas con franjas blancas y estacionados en hilera infinita, esperan pacientemente el armado de sus parasoles que les llegarán de las manos ávidas de carpinteros improvisados como un obsequio que sobaja, que excreta la dignidad humana por el trasfondo político que conlleva dicha regalía.

Ir detrás de un triciclo da tiempo para contarle los pelos a un gato, y más en el arranque de la luz verde en el semáforo de un cruce de vía. El que lo antecede a uno se forra de gusto por el malestar causado porque sabe del respeto que se le debe dispensar por ser un vehículo público. Y en su estertóreo esfuerzo por darle vuelta a los pedales parece decir con el rabillo del ojo izquierdo: "Ahora te aguantas, tanto derecho tienes tú como yo de rotar y rotar por donde se quiera ", mientras uno se consume de ansiedad y el otro yo renueva el conteo de lo que ya antes se había contado...

Cuando no tienen espejo retrovisor, rebasan sin previo aviso o señalan el rumbo de forma inesperada, posicionados. a veces, en el carril contrario, dejando en suspenso al que le sigue. Se tiene que avispar los sentidos si se quiere evitar algún percance.

Continuará...