El corazón de Ah' Canul - 41
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El incrédulo
Xenia Fuentes
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En la localidad de Calkiní, Campeche, cuentan los antiguos que el día 2 de noviembre a las tres de la mañana suenan las campanas de la iglesia, lo que les señala a las almas del purgatorio que deben regresar al inframundo después de haber visitado a sus familiares en el Hanal Pixán. Esto lo hacen mediante una procesión y totalmente en silencio.

En las afueras del pueblo que en ese entonces era muy pequeño y no contaba con energía eléctrica vivía Juan, un joven campesino acompañado de su esposa y su bebé de seis meses. Él había escuchado el relato anterior de sus ancestros. Pero a pesar de las advertencias  de sus padres y abuelos, pensaba que  esas eran puras historias antiguas, fruto de la imaginación de algún loco o de algún borracho.

En una celebración de la fiesta de muertos, Juan le comentó a su esposa que él tenía deseos de comprobar lo que sus ancestros decían. Y a pesar de los ruegos de su esposa decidió que esa noche del 2 de noviembre cuando escuchara las campanas de la iglesia saldría de su casa para ver la procesión de almas  que tanto le había emocionado.

Esa noche como siempre a las tres de la madrugada las campanas de la iglesia sonaron para anunciar el regreso de las ánimas al inframundo. Juan,  muy emocionado al escucharlas salió a la puerta de su casa para ver la famosa procesión, a pesar de los ruegos de su esposa de no hacerlo.  ¡Cuál fue su sorpresa! al observar una fila de personas que traían la cara tapada y una vela en la mano.

¡Quedó mudo de la impresión que le causó tal visión!

Cuando la procesión pasó junto a él, una de aquellas personas se le acercó y le ofreció una vela. 

¡Estaba tan atemorizado!, sin embargo la tomó entre sus manos. Y al momento  aquella alma le pide por favor que se  la  guarde, ya que al año siguiente pasaría por ella. Seguidamente, entra a su casa, deposita la vela sobre una banqueta y sin comentarle nada a su esposa se acostó a dormir pensando que todo había sido un mal sueño.

¡Qué sorpresa se llevó al día siguiente!  La vela que había dejado sobre su banqueta no era una vela sino un hueso, ¡un fémur!

De manera inexplicable, Juan empieza a sufrir una serie de calenturas que lo hacían delirar, imposibilitándolo para ir a trabajar. Esto orilló a su esposa a recurrir al sacerdote del pueblo; cuando éste llegó, Juan entre su media lengua del delirio que sufría, le relató lo que había sucedido.

El sacerdote bendijo la casa y a él también y a continuación le indica lo que debe de hacer al año siguiente: “El día que vayas a entregar la vela, tu esposa deberá estar despierta con el bebé en brazos. Ya que en el momento en que aquella alma te solicite su vela, tú se la entregarás y en ese instante tu esposa deberá pellizcar al bebé  para que llore y de esta manera evitar que tu alma también forme parte de la procesión”.

Al año siguiente, la noche convenida Juan esperó muy nervioso al igual que su esposa, el regreso de las almas. Y, exactamente a las tres de la madrugada, al escuchar las campanadas de la iglesia escuchó que tocaron a su puerta. Cuando la abrió se encontró con el personaje del año anterior que le solicitaba la vela que le había dejado encargada. Juan se la entregó y justo en ese momento, ¡su esposa hizo llorar al bebé! Esto permitió a aquella alma retirarse y seguir su camino sin llevarse consigo a Juan.

Y… ¡Dicen!,  ¡Cuentan! ¡Hay quien asegura!  Que esta historia se repite año con año con algún otro INCRÉDULO.