El corazón de Ah' Canul - 6
 
No. 6
Mujer y Género
Estela Hernández Sandoval
 

La Declaración Universal de los Derechos Humanos comienza reconociendo que todos los seres humanos somos libres e iguales. Lo cual quiere decir que a pesar de las diferencias derivadas de nuestra edad, nuestro sexo, nuestro origen, nuestras experiencias, nuestras capacidades, ninguno de nosotros debe ser visto como menos importante, menos valioso, menos merecedores de oportunidades o de bienestar.

Sin embargo, nacemos dentro de una sociedad donde ya se han creado determinadas valoraciones y creencias sobre “lo propio” de los hombres y “lo propio” de las mujeres y así aprendemos unos y otras, nos guste o no, los papeles asignados para cada grupo so pena de sufrir consecuencias para quienes intenten desviarse de lo marcado.

Es entonces la sociedad la que hace una dicotomía hombre/mujer basándose exclusivamente en la diferencia anatómica y es ella la que fabrica las ideas de lo que deben ser los hombres y las mujeres, y nos las impone y son tomadas como algo “natural”.

Este orden simbólico produce desigualdad respecto a como se conceptualiza el hacer de un hombre o de una mujer, propiciando la formación de prejuicios sobre ellos y ellas. Por ejemplo, se considera que, a un hombre no le corresponde involucrarse en cuestiones del hogar o de la prole y si muestra inclinación por estos trabajos, considerados “netamente femeninos”, frecuentemente es catalogado como homosexual y que la mujer por tener la capacidad natural para parir hijos tiene aparejada a esta capacidad la de barrer, planchar, cocinar o quedarse en casa sin más.

La adjudicación de papeles, roles, lugares sociales en base a aspectos biológicos es lo que llamamos género.

Reconozcamos que si bien la construcción de género varía de época en época y de pueblo en pueblo, ha resultado ser una errónea percepción de las diferencias anatómicas, sexuales u hormonales que ha servido para limitar potencialidades de mujeres y de hombres; además, por generadora de discriminación y abuso, principalmente hacia la mujer, pero también hacia los homosexuales y, ambos, ven violentados sus elementales derechos.

En el marco democrático predominante entre los pueblos actuales, en donde se pregona día con día, igualdad de trato y de oportunidades, grandes avances se han dado en torno a reconocer esta igualdad.

Pero la sociedad no cambia por decreto. La sociedad se constituye y se construye mediante los significados y los valores de los individuos que la conformamos. Es verdad que las personas recibimos significados culturales, pero también los podemos reformar, formular modos de razonamiento y estrategias de acción que nos permitan revisar nuestras percepciones de la naturaleza humana y, al mismo tiempo, reflexionar sobre el modelo de sociedad justa que nos proponemos, basada en el logro de la igualdad con el reconocimiento de las diferencias.

Se puede pensar en tratar a hombres, mujeres; heterosexuales y homosexuales como iguales concibiéndolos como una variación de la constante biológica universal, como partes de un mismo sustrato humano.

Una conceptualización de tal tipo nos lleva a evitar caer en las trampas de la igualdad, pues tratar como iguales a desiguales no produce igualdad.

Las mujeres no podemos ni debemos negar nuestra “diferencia” con respecto al hombre, ni podemos renunciar a la igualdad. Tenemos que admitir las diferencias que nos dan nuestra biología y nuestras circunstancias.

La diferencia entre los sexos es indiscutible por lo que hay que pensar en la igualdad a partir de las diferencias. Son parte de nuestra dignidad que es la que nos hace iguales.

Ser hombre o ser mujer, nos hace igualmente valiosos, hay que tenerlo siempre presente para no limitar el desarrollo de la persona, principalmente de la mujer, que ha sido la más violentada en sus derechos humanos.