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Fue hace ya muchos ayeres / Ramón Iván Suárez Caamal

 
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PALABRAS EN LA ENTREGA DE LA MEDALLA
“JUSTO SIERRA MÉNDEZ” A LA ESCUELA NORMAL RURAL “JUSTO SIERRA MÉNDEZ” AÑO 2006

Autoridades Civiles, Militares, Educativas

Distinguidas personalidades y representantes de Instituciones que han sido distinguidas con la presea “Justo Sierra Méndez”

Compañeros maestros egresados de la Normal Rural “Justo Sierra Méndez”

Respetable concurrencia:

Fue hace ya muchos ayeres, específicamente en 1968, cuando un grupo de jóvenes entusiastas egresamos de la Escuela Normal Rural de Hecelchakán. Año que –por otras razones-  constituye un parteaguas histórico de México: las Olimpíadas y la trágica matanza de Tlatelolco durante el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz, quien además clausuró casi la mitad de las normales rurales. Este es, sin embargo, en la memoria, un pretérito que muchos sentimos cercano aún por los recuerdos inolvidables de una vida en internado. En ese entonces, y por una deferencia de mis compañeros normalistas de la Generación 1962-1968, me correspondió participar en la ceremonia de despedida de la escuela y lo hice con un poema que un amigo de ese mismo grupo, Horacio Echánove, declamó. Sus versos iniciales dicen:

Madre mía, permite
que hincando la rodilla en tierra tuya,
una lágrima triste, un sollozo,
una oración y un beso
en tu sapiente mano deposite.

Para cantarte quise
hacer un himno bello y luminoso,
orlarte con guirnaldas de la gloria,
y en beso misterioso,
soltar una bandada de palomas
que en ósculos de luz, bañen tus ojos …

              
Y en verdad la Escuela Normal fue nuestra Alma Máter: madre comprensiva, generosa, madre espiritual que reconforta y ayuda. Ingresar a los 12 años, dejar por primera vez la familia, fuera un trauma si no hubiésemos encontrado los que allí ingresamos, los consejos y la guía de maestras y maestros, la fraternidad de la familia normalista. El carácter de los que transitamos por la Normal Rural “Justo Sierra Méndez” se moldeó en el trabajo y la solidaridad: la identificación con los desposeídos y la fe en construir en las aulas a través de la luz de la enseñanza, un México más justo, afanes del ideario de la Revolución Mexicana y los sueños socialistas del cardenismo. En nuestro ser quedó indeleble el mensaje de su himno:

Normalistas, trabajar es la misión
Que redime, que salva y ennoblece;
Con la labor el entusiasmo crece
De salvar a la patria y la nación ...

Normal Rural, madre querida,
En ti se forjan almas fuertes,
Las enseñanzas que tú viertes
Serán la guía de mi vida.

Sabré batir a la ignorancia

Cual luchador de infatigables manos;
Y del trabajo, la constancia:
Redimir a los indios mis hermanos

Fue el 13 de abril de 1930 cuando abre sus puertas la Normal Rural, entonces Escuela Regional Campesina, y su primer director es el emérito maestro don Juan Pacheco Torres. Funcionó en aquellos lejanos años en la Escuela Primaria  “Juan Francisco Molina Esquivel” y luego en el ex-convento franciscano de la población. Fue hasta 1939 cuando la Escuela Normal Rural se traslada al espacio que ocupa actualmente. Tiempos de lucha, de entusiasmo. Por fin los hijos del campesinado tenían acceso a la educación  y una oportunidad única en sus manos: influir en la formación del rumbo de México a través la enseñanza en las aulas ya que los egresados irían a todos los confines de la Patria a difundir el ideario de la Revolución Mexicana.  

El libro “Historia de la Benemérita Escuela Normal Rural “Justo Sierra Méndez” de Hecelchakán, Campeche” de los maestros Fidelio Quintal Marín, Adolfo González Salazar y Mario Pacheco Hidalgo contiene el rostro y espíritu de nuestra querida Escuela Normal. En uno de sus textos asienta:

“Había 2 piezas del ex convento totalmente en ruinas, sin techos ni pisos, con las paredes deterioradas, que daban a la plaza principal. Atrás había otras en iguales condiciones. El director Pacheco Torres se trazó la idea de restaurar primero las delanteras pero agregando al frente un teatro al aire libre. No obstante que el presupuesto que autorizó la SEP era sumamente modesto y reducido, lo bajó más, de tal manera que no había dinero para adquirir materiales. Pero el profesor Pacheco Torres supo inculcar una mística para el trabajo que sirvió de fuerza impulsora … 

Esto nos habla de la titánica labor por consolidar, no un edificio, sino un ideal: el acceso de los más pobres a los beneficios de la educación. No imagino qué hubiese sido de muchos de nosotros, hijos de campesinos, hijos de obreros, sin la presencia de la Escuela Normal Rural. ¿Cuál era la rutina de todos los días? Levantarse a las 5: 30 de la mañana a los acordes de la Banda de Guerra que recorría pasillos y nos despertaba con los épicos ritmos de los tambores y cornetas para ir a rendir honores al lábaro patrio, iniciar las primeras clases, luego el desayuno, después otras sesiones en las aulas, el contacto con la tierra en las labores agrícolas, los talleres de carpintería y herrería, la visita vespertina a la biblioteca y, entre una y otra actividad, las charlas, las bromas a veces pesadas, la fraternidad de quienes se hermanaron en el más noble de los aprendizajes: prepararse para enseñar el alfabeto a los niños del campo. Tal vez la presencia de la Escuela Normal  late en nuestros corazones, acaso la grandeza de sus patios y la arquería de sus pasillos  brillará por siempre en nuestra mirada; su historia es nuestra historia personal; sus valores, los nuestros; su voz, la que nos hace decir:

Ser maestro
Es tener un jardín de diminutas flores
Y ser el jardinero.
Es palpar el alma de los pequeños pétalos
Con ternura de cristalina gota.
Pero ser maestro
Es tener también la firmeza de los robles
Cuando sea necesario
Y si el duro sol quema los pétalos
Y el viento los desprende,
Hacer que retoñen los botones
Con el agua del ejemplo …

En el 2005 nuestra Escuela Normal Rural celebró los 75 años de su fundación. Esto habla de su permanencia en el ámbito educativo, de su importancia social en Campeche y el sureste de México. Por esos avatares del destino, por esas causalidades de la vida –que no casualidades- la Escuela Normal Rural lleva el nombre del “Maestro de América” y se nutre de las ideas de este preclaro campechano, hace suyos sus aportes en beneficio de la educación y, de esta forma, honra la memoria de don Justo Sierra Méndez.

La loable decisión del Comité Cívico encargado de otorgar este premio que  cada año honra a personas e instituciones, y hacerlo a favor de una que se ha visto avasallada por diversos intereses, que obedecen a la intención derechista de eliminar del mapa de México uno de los más importantes logros de la Revolución Mexicana -las Escuelas Normales Rurales-  deberá de servir como estímulo a quienes somos depositarios de su legado para redoblar nuestra voluntad de defender con pasión en todas las trincheras del país y en un marco de modernidad, la existencia de estas escuelas que tanto han hecho por la sociedad mexicana.

Infinidad de generaciones –más de cinco mil maestros- han salido de sus aulas y muchos de sus egresados destacan en la política, la educación, la cultura y el deporte. Por ello,  el haber conferido la presea “Justo Sierra Méndez” a nuestra Escuela Normal constituye el reconocimiento del Gobierno del Estado al largo camino recorrido por esta institución forjadora de formadores, un justo reconocimiento a los educadores que en el territorio de la inteligencia y la cultura infundieron la mística revolucionaria de la escuela rural y, por qué no, un merecido reconocimiento a todos aquellos que egresaron de sus aulas y que de una u otra manera han influido en la marcha del país.

Muchas Gracias

Profr. Ramón Iván Suárez Caamal

Campeche, Cam; enero 26 de 2006.

 
Fuente: Texto enviado por Horacio Echánove