Me
he encontrado, de pronto, ante un documento que no es sólo
una acumulación de palabras, sino una prolongación de vida:
Mi camino, es ya en su título un viaje donde los extremos dejan
de ser parte de una voluntad manifestada sino que, el camino
está ante nuestros ojos, como una delgada línea que no sabe
dónde inicia y tampoco dónde va a concluir.
Sabemos
que cada hombre está diariamente en tránsito y que los parecidos
que se encuentran entre la cuna y la tumba forman interrogantes
relacionados con lo que hemos llamado vida. Se sabe, indudablemente,
a que el momento y el lugar donde nacemos y donde morimos no
nos pertenecen cabalmente, pertenecen al destino y, aunque
decimos que podemos planear cada uno de ellos, son otros los
que intervienen, ajenos a nuestra voluntad para determinarlos.
Un
eterno viajero vive en el hombre, siempre lleno de nostalgia
por el Edén perdido y siempre un trashumante que, sin mirar
cabalmente lo que posee, encuentra más apetecible aquello que
pertenece a otro; de ahí que, siempre estemos en búsqueda de
algo que nos falta, aunque la vida nos tenga colmados plenamente.
Tal
vez esta obra no tenga la intención de contar toda una vida,
porque el camino, en el decir de Machado, se va haciendo al
andar y estas páginas cuentan sólo aquellas partes seleccionadas
que dan explicación del camino recorrido en determinada dirección.
Nadie puede contar su vida a plenitud y en su totalidad, siempre
faltarían todas aquellas cosas que se nos quedaron en la niñez
desaparecida o las que no fueron seleccionadas por el inconsciente
y reservadas para la evocación futura.
Narrar
la vida con fidelidad, requiere de despojarnos de todo aquello
que nos compete pero que corresponde a la vida de los otros,
de aquellos que rozaron nuestro existir y nos ofrecieron su
particular modelo para continuar la brega. De esos otros que
convivieron nuestra experiencia y entran en lleno al campo
del hacer y del decir que es el mismo que narramos cotidianamente.
Cuando
han pasado años, se nos descompone el existir inmediato y cobra
primer plano lo que está más lejano o lo que nos ha sellado
de tal manera que, dejaríamos de existir sin la vida dinámica
de los demás; por esto mismo es necesario un examen, una introspección
rigurosa que nos permita ir hacia nuestro trasfondo inconsciente
para rescatar lo que involuntariamente ha sido conservado y
lo que intencionalmente colocamos ahí para su uso futuro.
Por
otra parte siempre nos quedará, mientras estemos vivos, un
rescoldo de intimidad que no estamos dispuestos a contar, algo
que celosamente se quedó en el secreto y que vuelve, a causa
del ello, que nos recrimina, pero que chocaría con las concepciones
de moralidad que nos rodean si los hiciéramos públicos.
Mi
camino es un discurrir hacia el pasado de alguien que, como
gambusino, busca gemas, pasajes loables, ejemplificadores,
el gracejo de anécdotas creíbles y graciosas que salpican de
amenidad el discurrir de estas páginas.
Pero
no hay que olvidar que su autor ocupa al mismo tiempo el sitio
del ente narrado y que ambos son uno y configuran un reducto
vital que tiene como protagonista a un maestro, por esto mismo
el maestro trata de sincerarse con sus propios actos que se
le manifiestan desde el sustrato de la conciencia humana.
Tal
vez sólo nos encontramos ante unas memorias, porque ellas se
presentan como fragmentos de una vida, determinados esquemas
que son solaz del autor, bocetos arrancados a la realidad pasada
y traídas a un nuevo presente que forma parte de una narración
que debe ser literaria.
Alonso
Reyes Cuevas, su autor, nos ofrece una selecta dosis de pinceladas,
lúcidamente dispuestas para ser leídas, con estos episodios
encadenados cronológicamente se nos entregan escenas y personajes
aglutinados al entorno mediato e inmediato del que cuenta y
lo hace a través de pensamientos o sentimientos que dejaron
su huella luminosa en el camino que le tocó construir día a
día con el implacable dictamen de un destino que, a veces,
se nos opone y otras tantas nos facilita los fracasos. Bien
se dice que el hombre aprende más de sus derrotas que de sus
victorias.
Alonso
Reyes Cuevas quiere decirnos algo, la estructura de su particular
existir y, desde luego algo valioso, porque en él se manifiesta
una experiencia avasalladora que proviene de dos vertientes,
una por la multitud de inteligencias que conformaron su existir
y la otra por la aprehensión del mundo y su aventura; de los
valores que ha sostenido contra viento y marea, de otros que
han cambiado y de muchos que han desaparecido para dar paso
a nuevas sociedades.
Hay
aquí, una fuerte dosis de afecto, de homenaje sincero a los
entes citados con devoción y, en muchos casos, con admiración
y altruismo. Puede leer en muchas líneas a la comunidad entera
porque los personajes se mueven con atmósferas persistentes
que dan el telón de fondo a la vida que se agita en el que
narra y padece. La población queda en el fondo y cobra sentido
de acuerdo a las intenciones del que narra, cerrando el orbe
de su acción desde lo extraordinario a lo casual, desde el
vitalismo de la acción hasta el enmarque de los sueños.
Muy
respetable es la tarea por el significativo relieve de la vida
que se cuenta con fe y amor, con justicia y libertad que son
los verdaderos pilares de toda existencia.
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