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El pueblo gitano en las sociedades democráticas avanzadas como la española / Víctor Corcoba Herrero

 
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Confesaré al inicio de este artículo diciendo que el mundo gitano ha convivido conmigo siendo niño y siendo payo, o sea hace más de cuarenta años, en la localidad leonesa de Cuevas del Sil, barrio de Matoteiro. Para siempre recordaré aquellas fiestas flamencas, a la luz de la luna, donde el vino de garrafón y la gaseosa de cántara, junto a unas pocas viandas, acrecentaban el festín de una sana alegría gitana, a la que siempre nos invitaban por vecindad, con el señor y la señora por delante, previo solicitar el permiso debido y siempre con la ocasión de una onomástica de su cultura. Nos separaba un corral y una pared de habitación. Con el tiempo, pronto me di cuenta que, aunque eran “diferentes” a nosotros, eran más cariñosos y humanos que muchos payos. Yo que pasaba las horas detrás de la ventana, expiando sus danzas y descifrando sus letras, me entusiasmaba verles tan alegres y tan unidos. El que no era tito, era hermano y sino primo. Aún conservo unos bueyes realizados en goma por ellos mismos, una cesta pequeña de mimbres y una botella forrada con cable, que me regalaron una noche de reyes. Amén de acudir a la escuela del pueblo con niños gitanos, haciendo un recorrido de un par de kilómetros juntos, -el centro escolar se encontraba en el barrio de la Puerta-, luego el destino, ya en plena juventud, propició otra nueva coincidencia en la ciudad del embrujo gitano, la Granada lorquiana. La verdad que he asistido a algunos de sus eventos, e incluso participado en recitales poético- flamenco con relativa frecuencia, y reconozco haberme sentido uno más de la gitanería. No tengo, pues, más que palabras de gratitud hacia este colectivo, pienso que injustamente tratado en muchas ocasiones. Hablo, pues, con cierto conocimiento de causa, hacia un mundo que lo considero cercano y que siempre me ha  sido atrayente y admirable.

 

El mundo gitano tiene tras de sí las más profundas leyendas y se han difundido sobre él historias inverosímiles, quizás en parte debido al desconocimiento. Ya ha llovido desde que tenemos noticias documentadas de la presencia de gitanos en la Península Ibérica, por el Salvoconducto de la entrada de los gitanos en España, en 1425, del Archivo de la Corona de Aragón.  Lo cierto es que, cuando este país distaba mucho de ser un Estado moderno y unificado, los gitanos formaban ya una apiñada tribu y parte del paisaje humano de nuestras ciudades y pueblos. Su intensa y extensa presencia, en doquier lugar, nunca ha pasado desapercibida y la aceptación también ha tenido sus más y sus menos. El derecho a la “diferencia” no siempre es aceptado por la masa ciudadana y, máxime, cuando se está en minoría, aunque ésta sea una pequeñez relativa. Se han ganado el honorable título de ser culillo de mal asiento. Lo que tiene sus ventajas, porque dicho hábito es un estilo de vida inconformista que siempre enriquece y una forma de subsistencia más interesante que el sedentarismo. Sus valores culturales, el arte, la música y la tradición oral, todavía en la época actual chocan con la mentalidad, usos y prácticas dominantes de las sociedades democráticas avanzadas como la española.

No reconocer que aún hoy la sociedad mira a los gitanos con desconfianza es negarse a ver la evidencia. Una mayoría de ciudadanos les guarda la distancia. Puede que la tortura del rechazo haya mermado, al menos el descaro de hacerlo ya no es tan patente. Por ello, que el Instituto de Cultura Gitana, una fundación del sector  público estatal promovida por el Ministerio de Cultura, reivindique que España también es gitana, me parece de lo más justo y necesario. Que además tenga entre sus objetivos el desarrollo y la promoción de la historia, la cultura y la lengua gitana, y la difusión de su conocimiento y reconocimiento a través de estudios, investigaciones y publicaciones, también me parece un ejercicio de derechos humanos. Sólo lo que se conoce puede amarse. Desde luego, es un acto de progreso cultural  hacer llegar a toda la sociedad la legítima aspiración de los españoles gitanos de lograr el pleno disfrute de la ciudadanía desde el respeto de su identidad cultural. ¡Bravo!, por ello. Estoy seguro que multiplicando apoyos a la creación de artistas gitanos, poniendo en valor lo gitano como uno de los hilos vertebradores de la cultura española, fortaleceremos las relaciones y la comprensión, todos ganaremos en convivencia y, por ende, en calidad de vida.

Millares de gitanos pueblan la nación española. Son un mundo. La situación de los mismos es muy desigual y poco uniforme, son reflejo de la sociedad en que viven, donde unos lo tienen todo y otros carecen de bienes básicos. La convivencia y la incorporación a una ciudadanía cada día más plural, no está resultando fácil para nadie, tampoco para la comunidad gitana española. La fuerte subida del sector industrial ha concentrado a una buena parte de la población gitana en los suburbios de las ciudades, sin haber ganado bienestar social, engrosando bolsas de marginalidad inconcebibles junto a inmigrantes, además de haber renunciado a su espíritu nómada. Quizás su patria no sea el sedentarismo, sino la tierra entera como camino y posada, el cielo como manto, el sol y la luna como habitación de sueños, el universo como casa. Otros gitanos tienen unos comportamientos más estandarizados, tienen menos hijos y un nivel de formación más alto, que no quiere decir más sabio, porque hay gitanos sin estudios que son verdaderas bibliotecas andantes. En cualquier caso, creo que cada uno debe tener la libertad suficiente para vivir como quiera, siempre que respete la libertad de los demás.

 

EL PROBLEMA ENDÉMICO DE LA EXCLUSIÓN GITANA

Todavía en las sociedades avanzadas como la española se tiende a etiquetar “lo gitano” con lo despectivo y despreciativo, con la marginalidad (drogas y delincuencia), perjudicando al propio colectivo que vive con sus familias, o ejerciendo el nomadismo que es lo que llevan en el alma, con mayor o menor precariedad social a sus espaldas, pero que jamás han realizado acto delictivo alguno. Pensamos, en consecuencia, que es un buen acierto trabajar a destajo por contrarrestar los falsos rótulos. Vale la pena desempolvar prejuicios para seguir avanzando en la igualdad de trato y de oportunidades de la población gitana. Algo que, por cierto, recoge el programa electoral del futuro gobierno socialista y que, dicho sea de paso, me parece muy acertado. Servidor no sólo lo refrenda, espera que todos sus acentos se acentúen en cumplimiento. La difícil inclusión social del pueblo gitano en España debe, una vez por todas, de dejar de ser un problema endémico. Ya va siendo hora. Es preciso destacar la persistencia de aspectos que requieren la atención de los poderes públicos para conseguir, de una vez por todas, que los gitanos y gitanas ejerzan su ciudadanía en igualdad de condiciones que el resto de la sociedad: Cuestiones pendientes que se refieren al ámbito de las políticas sociales, y que afectan a una parte importante de la población gitana en nuestro país. Cuestiones que afectan al conjunto de la comunidad gitana y que se refieren a la defensa de otros derechos, al reconocimiento institucional, a la igualdad de oportunidades, la igualdad de trato, la igualdad de género y la lucha contra la discriminación, así como la mejora de su imagen social.

Se han dado muchos pasos en la promoción social de los gitanos, pero queda mucho por hacer. En teoría gozan de los mismos derechos que sus vecinos payos, pero en la práctica muchos malviven en la marginación y el paro. Esta es la pura realidad. Por otra parte, junto al deseo de ser considerados ciudadanos de pleno derecho de la sociedad española, desean, con no menos afán y desvelo, seguir siendo gitanos, o sea “diferentes”,  y conservar su identidad y sus costumbres propias. Negar la realidad de que el pueblo gitano se encuentra en un nivel de pobreza y marginación mayor que la media nacional, seria mezquino; que suelen ocuparse en trabajos muy poco cualificados y que sus hijos suelen sufrir un importante fracaso escolar, es también público y notorio. La gravedad de la situación, -dice el programa electoral socialista 2008- de parte de la minoría gitana, en relación a la educación y su normalización educativa, sus carencias en cuanto al acceso al empleo en igualdad de condiciones, la persistencia de núcleos chabolistas o la situación precaria en cuanto a la vivienda y la permanencia de estereotipos y prejuicios muy arraigados en la sociedad, son algunos de los ejes de trabajo sobre los que aún hay que incidir. Eso presupone el asumir medidas urgentes que garanticen los derechos sociales de la ciudadanía gitana basados en la igualdad de oportunidades.

Dicho lo anterior, se compromete el partido socialista, a desarrollar un Plan de acción, a mi juicio, espléndido para la población gitana, con las medidas más urgentes en los ámbitos clave para la garantía de los derechos sociales de los ciudadanos gitanos, en cooperación con las Administraciones Públicas. En líneas generales, son medidas encaminadas al refuerzo educativo y aplicación de medidas tendentes a reducir el abandono escolar en la etapa obligatoria, lograr la reducción del absentismo, y mejorar el logro escolar del alumnado gitano en la educación secundaria, así como a facilitar la accesibilidad de las personas gitanas a la formación profesional y ocupacional, promoviendo la realización de itinerarios individualizados de inserción sociolaboral y el acompañamiento en el acceso al mercado laboral, sin obviar el apoyo y formación para el autoempleo y apoyo a las personas emprendedoras, y la  reducción y bonificación de las cotizaciones a la Seguridad Social en favor de los trabajadores autónomos que se dediquen a la venta ambulante, tal como está previsto en el Estatuto del Trabajo Autónomo, garantizando de esta manera trabajo con protección social, ya que constituye la principal actividad económica de las familias gitanas.

 

UN FUTURO ESPERANZADOR

El pasado no ha sido fácil para la comunidad gitana. Recordemos que hasta no hace mucho, en tiempos preconstitucionales, figuraban en algunos reglamentos de fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, el vigilar escrupulosamente a los gitanos, observar sus trajes, averiguar su modo de vida y cuanto conduzca a formar una idea exacta de sus movimientos y ocupaciones. El presente, en cambio, a pesar de sus muchas sombras, ofrece un panorama más halagüeño y esperanzador, aunque nos gustaría que, en una sociedad avanzada democrática como la española, todo fuese más rápido. Hay datos reconfortantes, que nos tranquilizan y animan: la escolarización de los niños gitanos que se empieza a tomar en serio por parte de todos los agentes implicados, el progreso en la alfabetización de los adultos y su buena prensa entre el colectivo gitano, el aumento de la atención y educación sanitaria como es preceptivo en un Estado social y democrático de Derecho. Sabemos también que cada día son más los gitanos y gitanas que acceden a las Facultades. Algunos ya ejercen la docencia en la propia Universidad. El caso del primer diputado caló de la historia española, Juan de Dios Ramírez Heredia,  investido recientemente Doctor Honoris Causa por la Universidad de Cádiz (UCA), convirtiéndose así también en el primer gitano que recibe esta alta distinción, es todo un paradigma.

Otros, muchos bastantes, tienen una relevancia importante en el mundo artístico. Este don no hay quien se lo quite. El Sacromonte granadino como barrio es la auténtica Meca de la Zambra de donde surgen los más importantes artistas. Hasta el aire huele a cancionero. Hubo un tiempo, cuando el universal Curro Albayzín era un niño, que las cuevas pasaron a ser auténticos templos del arte gitano y verdaderos museos de vivas historias. El entorno es un verdadero goce para los sentidos, y la diversión surge en cada esquina, y en todo momento. “Mi barrio siempre era una fiesta diaria, un ascua de luz y colorido. Por las mañanas, en las puertas de las cuevas, comenzábamos a bailar a los sones de nuestros cantes. Por las tardes y noches, a la voz de las “avisaoras” comenzaba la juerga: ¡María, qué hay danza! Veredas y caminos se llenaban de mujeres vestidas con trajes de crespones y percal, jaramagos y flores en la cabeza. Así comenzaba el ritual de la zambra”.En Barcelona, los gitanos de la Calle de la Cera, en el barrio del Portal (la parte del Raval cercana a Sant Antoni), cuentan que la rumba catalana empezó en los años cuarenta, con un gitano flamenco, que tocaba la guitarra y cantaba en las juergas del barrio. Toda esta alegría se fue contagiando. La verdad que existen representantes gitanos en todas las artes, no sólo en la música, cante o baile. Lo llevan consigo, hasta en la misma expresión. Fíjense sino, en las palabras de la bailaora gitana Manuela Carrasco, tras recibir la Medalla de Andalucía el pasado mes de febrero, en el Teatro de la Maestranza de Sevilla, cuando dijo: “Me he emocionado hasta las lágrimas”.

En todos estos avances, de auténtico cultivo de culto a la cultura, seríamos injustos si no reconociésemos el tesón de muchas asociaciones de promoción gitana, gestionadas la mayoría por los propios gitanos, con un funcionamiento ejemplar. Sin embargo, el estereotipo o imagen que suele proyectarse del mundo gitano, no suele ser el del gitano formado y trabajador, con un corazón grande, amigo de sus amigos, o el del artista que se hizo de la nada, a base de mucho trabajo y esfuerzo, y que ahora promociona a España por todo el mundo, sino el del gitano indigente y analfabeto, cuando no delincuente ocupando las más horrendas páginas de sucesos. 

Pese a todo, al presente, todavía hace falta superar el chabolismo. Se podría evitar mucha crueldad. Una sociedad democrática avanzada tiene que aspirar a esa inclusión social, propiciando realojamientos en viviendas normalizadas y en hábitat integradores. Poner en práctica el Instituto de Cultura Gitana, me consta que ha significado un hito en la historia del pueblo gitano español y un ejemplo a seguir, como se está poniendo de manifiesto por la Unión Europea. Mantenerlo en su pujanza como centro aglutinador ha de ser objetivo prioritario y persistente, tanto de referencia de documentación, como de biblioteca y museo. Pienso que es una buena manera de contribuir al conocimiento gitano. Esto me parece fundamental, ya no sólo como disfrute de un bien, sino también como incentivo para el desarrollo de capacidades creativas. Es evidente que los gitanos son una presencia viva entre nosotros y que lo gitano en la cultura española, lejos de estar ausente tiene una presencia destacable en todas las artes, literaturas y ciencias.

En medio de sus noches y días, el auténtico gitano que es una casta de valor y temple admirable, no reniega de serlo, es más se siente orgulloso siéndolo, y lucha por ahuyentar las connotaciones peyorativas con su propia guasa. En los momentos más duros de su vida afloran siempre los valores gitanos. Dicho nervio no está escrito en ningún documento oficial, pero la palabra dada, no duda, es palabra dada, sobre todo en el respeto a la familia. La identidad personal del gitano viene en gran medida determinada por ella: siempre será miembro de esta o de aquella familia y cargará gustosamente con sus ventajas e inconvenientes. Otro valor gitano es la veneración por los miembros de más edad. Los mayores son acreedores de un respeto especial porque acumulan la memoria y la sabiduría de la vida. Son poseedores de la cátedra viviente. También tienen una concepción más humana del trabajo que los payos. El trabajo no lo es todo ni lo más importante para un gitano. El gitano no vive para trabajar, trabaja para vivir. Lo fundamental es la vida con lo que eso conlleva de arte y música, la familia y convivir en familia. La hospitalidad y la solidaridad con los miembros de la etnia es otra de sus lecciones estéticas. El respeto a los muertos es algo sagrado. Ofender la memoria de un familiar difunto se considera una ofensa gravísima. Son, igualmente, valores muy apreciados en el pueblo gitano el sentido de justicia y libertad, o el mismo respeto a la naturaleza.

 

LA APUESTA DE LA MUJER GITANA

Creo que han de ser los propios gitanos quienes han de ser los primeros en adquirir el compromiso, aunque algunos -me consta- a través del asociacionismo ya lo vienen haciendo, de acabar con determinados comportamientos que, aunque no son ni mucho menos generalizables, están dando lugar a que en algunas barriadas y ciudades se identifique a la comunidad gitana con el tráfico de drogas y el dinero fácil. Estas formas de actuación, aunque en su haber tenga el atenuante de las condiciones a veces inhumanas que soportan y viven, han hecho y están haciendo un daño inmenso al pueblo gitano. Por otra parte, estimo que una sociedad democrática avanzada tiene que pasar de las “etiquetas” y tener otra altura de miras. No se puede pensar, y mucho menos opinar a la ligera, que la mayor parte de los gitanos son unos chorizos de tomo y lomo, promotores de violencias, que no pueden vivir junto a los payos, y que hasta las chabolas les quedan grandes. Pues se dan este tipo de dictámenes sociales, tanto explícitamente como tácitamente, que es otra forma de hacer daño. 

En el desarrollo y evolución de cualquier cultura, las mujeres han tenido un papel de suma importancia. Nos lo recuerda un reciente manifiesto de las mujeres de la Fundación Instituto de Cultura Gitana. Transcribo parte del texto: “Al igual que sucede en otros pueblos, la mujer gitana desde su rol de trasmisora de valores ha contribuido a mantener viva nuestra cultura. No  podemos dejar de reconocer la lucha que tuvieron nuestros antepasados -sobre todo las mujeres- por hacer que nuestras tradiciones y valores no se perdieran, salvaguardando así nuestro patrimonio. Si no hubiera sido por ellas, nuestras/os mayores, que supieron trasmitirnos desde pequeñas  la grandeza de nuestra identidad y de nuestro papel como mujeres, la cultura gitana no hubiera podido subsistir frente a tantas adversidades que sufrió a lo largo de la historia….  La lucha de las mujeres por conseguir espacios de igualdad sigue siendo difícil, pero hemos de tener la capacidad de tomar decisiones con voz propia. En este camino, hemos ejercido la labor de cambiar algunas de nuestras costumbres y tradiciones por otros nuevos valores que están en consonancia con el tiempo en que vivimos, pero  siempre que este cambio esté acorde con nuestra idiosincrasia y que nos permita incorporarnos a la sociedad mayoritaria sin que ello obligue a renunciar a la pérdida de algunos valores como la unión familiar, la solidaridad, la libertad, etcétera. Somos mujeres que avanzamos al ritmo de nuestra sociedad, acorde con los valores constitucionales que rigen nuestra convivencia”.

Partiendo de que la contribución de la mujer al bienestar y al progreso de la sociedad, sea gitana o paya, es incalculable; el manifiesto, anteriormente citado, de las mujeres de la Fundación Instituto de Cultura Gitana, creo que es tan oportuno como reivindicativamente justo. Sin lugar a dudas, la verdadera promoción del pueblo gitano necesita de la participación comprometida de la mujer gitana. Dicen que ese es su reto y que debe ser fruto del trabajo conjunto de hombres y mujeres. El siglo XX, en todo caso, aportó un cambio fundamental a la visión del mundo de los Gitanos con dos acontecimientos de gran valor histórico para su pueblo: el primero fue la beatificación de Ceferino Jiménez Malla, humilde Gitano español, mártir de la guerra civil de 1936; el segundo, la solicitud de perdón a Dios por los pecados cometidos por los hijos de la Iglesia, también contra los Gitanos, pronunciada por el Papa Juan Pablo II el 12 de marzo, 2000, durante las celebraciones litúrgicas del Gran Jubileo. Estoy convencido de que en el siglo XXI, serán las mujeres gitanas, las que nos van a dar grandes lecciones de su saber estar y ser en la sociedad actual desde su rol de trasmisora de valores gitanos, salvaguardando la grandiosidad de su cultura.

 
Fuente: Texto enviado por Víctor Corcoba Herrero: corcoba@telefónica.net. 3 de mayo de 2008.