Ha
triunfado el carácter ecuménico
del viaje de Benedicto XVI. Había ciertos recelos que
se han salvado con creces y el resultado es altamente positivo
para toda la humanidad. Tanto los encuentros, como los discursos,
permanecen como racimos de esperanza. No fueron meros gestos
de cortesía. El Papa puso corazón a las heridas
que nos separan y la conciliación se hizo presente.
Seguro que también se hace futuro. A través de
los medios de comunicación, sobre todo los audiovisuales,
se perciben como sentimientos de sincera alegría por
todas partes, gratitudes que salen de los ojos de la gente.
Ahora sólo hace falta proseguir en esta línea
fraterna, trabajando con los brazos abiertos y la mirada limpia.
Este
viaje apostólico a Turquía será un
referente para la armonía. Por una parte, el Papa confirma
su estima a los fieles musulmanes. Y por otra, todos coinciden
en hallarse a gusto, para que fructifique la reconciliación
a través de un diálogo de amor y verdad. Bajo
esta atmósfera, considero, que es más fácil
hallar caminos de paz. Con esta visita estoy convencido de
que se va a producir un cambio en la manera de pensar y comportarse.
Realmente ya se ha producido con esas estampas fraternizadas,
de ser uno. Que el Patriarca Ecuménico eleve la mano
del Papa, o que se intercambien sonrisas, es un signo de complicidad
y entendimiento, algo muy saludable para la familia humana.
Los
gestos de Benedicto XVI son de felicidad y deseo de una
relación más profunda entre todos los humanos,
entre todas las religiones, que deben alimentarse en la verdad
y el amor. El viaje supone un avance importante para la construcción
de una sociedad. Las religiones, todas unidas, son una fuerza
viva de paz. El Papa del pensamiento ha movido ficha, con su
testimonio nos enseña que el amor al prójimo
es posible, incluso a los diferentes, sólo hay que
aceptar y respetar a todas las personas.
El
mensaje de amor y sacrificio que Jesucristo, el Hijo de
Dios hecho hombre, trajo al mundo es significativo para todos
los pueblos, lenguas, culturas y religiones. Cristo eligió nacer
en Palestina, en Asia menor, en Asia occidental, o en Oriente
Próximo, como dirían algunos hoy en Occidente.
Pero la religión que fundó es para todas las
naciones. Vino para “reunir en uno a los hijos de Dios que
estaban dispersos” (Jn 11, 52). En esa
misión camina el Papa, con especial comprensión
y con mucho coraje. Su entusiasmo moral se contagia. El mundo
está atento a sus alentadores pasos y confía
en su aventura que radica en trasladarnos el rostro de Jesús. |