La
cuestión es que el clima de acusaciones
se acrecienta. Uno ya no sabe, si es un signo de los tiempos,
como esa mosca cajonera que nos perturba el sueño, o
un desvelo por esclarecer. Lo primero sería una falta
de educación. Lo segundo, una buena razón para
intervenir. Téngase en cuenta, que la misma democracia
bien entendida, no es dar la callada por respuesta, sino participar
y resolver los problemas con claridad. Siempre se han dado
recetas para alcanzar el renombre de la cortesía, aquello
de que lo cortes no quita la valiente, tiene cada día
menos seguidores, como también hay menos discípulos
que fomenten ideas luminosas, sencillas, expresadas con ingenio
y autenticidad.
Dicho
lo anterior, diré que no me gusta nada que los
poderes (llámense políticos, judiciales, económicos…)
interfieran en la libertad de expresión. En principio,
considero que todo el mundo tiene derecho a dejar oír
su voz, incluso aquella que no queramos escuchar. El papel
de los medios de comunicación no es nada fácil.
Seamos sinceros, a nadie le gusta que le canten o le cuenten
la verdad de sus andanzas o hechos. Se me hace difícil
poner en tela de juicio a los profesionales que, durante años,
se han cultivado en las Facultades de Ciencias de la Comunicación
, precisamente para eso, para llevar a buen término
la noble misión de servir a la sociedad, con la actitud
de ser incorruptibles ante la realidad.
Es
más, creo que hoy en día los medios están
contribuyendo a reforzar la justicia, poniendo al descubierto
políticas corruptas, denunciando desigualdades. Lo que
tiene su peso en oro para que la democracia no se muera de
un infarto, o de un susto, ante tantas inseguridades que el
poblador soporta. Si así no fuere, también fallaría
el sistema y habría que iluminar las conciencias de ética.
Comunicar la veracidad en un mundo cuajado de mentiras demanda
valor y decisión. Menos mal que la verdad tiene ese
don resplandeciente que suele poner a las cosas en su sitio.
Igual sucede en otros corpus, pongamos por caso el judicial,
tan presente en los medios de comunicación, a mi juicio
en demasíe, la ética debe ser también
ese horizonte continuo a conquistar.
A
veces, me da la sensación, que el virus de la corrupción
se ha enquistado en nuestra democracia de manera alarmante,
poniendo los tejidos de algunas Instituciones en cuarentena.
Debemos ir más allá de la mera publicación
de los códigos éticos (periodísticos,
judiciales, políticos…), ha de exigirse, sin contemplación
alguna, su cumplimiento. Caiga quién caiga. De lo contrario,
corremos el riesgo de que la opinión ciudadana sea tan
negativa, que acabe por no creer ni en el Estado de derecho,
ni en sus valores propugnados.
En
consecuencia, subrayo, que nunca hay que tener miedo a llegar
al fondo de la verdad, aunque sea amarga para algún
tipo de poder o levante tormentas. Buscar la evidencia no admite
crítica alguna. Al final, ya digo, mana por si misma.
Y es peor, descubrirla en caliente. Para ello, por ir al caso
concreto de un juez que se queja de un medio que perturba la
acción judicial, hace falta que el propio periodista
o el propio juez, lleguen al punto coincidente de la independencia.
Algo de lo que yo no desconfío, como tampoco de su buena
voluntad. Entonces, ¿qué es lo que falla para
que se produzcan estos dimes y diretes en personas tan poderosas
y cultivadas? Quizás, todo se resolvería con
más tacto, si dejásemos actuar los aires de la
libertad, la mejor manera de esclarecer ¿Por qué no
escuchar a los agitadores, aunque nos perturben? Por simple
caballerosidad. Además, pienso, que siempre resulta
menos diabólico agitarse en la duda que descansar en
la confusión. |