Fue
el filósofo y escritor español
Unamuno quien selló la frase de que “el progreso consiste
en renovarse”. Luego el pueblo hizo suyo el refrán de “renovarse
o morir”, lo que implica la saludable necesidad de avivar cambios,
quizás para no caer en la monotonía. En cualquier
caso, pienso que las superaciones no consisten en presumir
de haber llegado a la meta, sino en tender continuamente a
esos avances. Algo parecido puede pasarnos a los españoles
si nos quedamos sólo en el encandilamiento de alabanzas
propiciadas, nada más y nada menos que por el Fondo
Monetario Internacional, afirmando que España creció más
y mejor en el 2006, y nos abandonamos a la lucha de acortar
desigualdades o de engordar las deudas. Me parece bien que
se fomenten reformas y contrarreformas, porque esto siempre
fortalece, da vida, genera diálogo, que también
es sano, no vayamos a caer en los regazos de la bonanza como
ideal absoluto y nos aplaste la esclavitud que este endiosado
florecimiento nos genera.
Realmente,
el verdadero instrumento de progreso, radica más
en el factor moral que en otros factores materialistas. Pienso
sobre la necesidad de avanzar en esta línea, cruzarse
de brazos sería contraproducente, sobre todo en lo que
pueda favorecer el clima de convivencia. Conversar, siempre
que los diálogos se cimienten en sólidas leyes
morales, suele abrir caminos a la comprensión. Siendo
la palabra patrimonio nativo y natural, hacer silencio no tiene
sentido, como sensatamente nos los advirtió Unamuno
al recordar que “el silencio es la peor mentira”, precisamente
es el choque de opiniones el que nos renueva y enriquece, además
de ser un buen cultivo para que madure y mejore el entendimiento.
Creo, además, que hoy en día hace falta revitalizar
una opinión pública enraizada en la verdad, capaz
de ahuyentar el aluvión de verdades mal entendidas.
Bajo el criterio de la valoración, singularidad y feudo
de la sociedad humana, discernir oyéndonos todos, es
la mejor manera de sentar luz en nuestros modos y modales cotidianos,
en nuestros usos y costumbres comunes. De ahí, lo fundamental
de una ética responsable en todo avance.
No
existe una mejor experiencia de vanguardia, en doquier civilización, que la del impulso de la cooperación.
Sin duda, como ha proclamado el Papa Pablo VI, el progreso
es el nuevo nombre de la paz. Por ello, a mi manera de ver,
hace progreso aquel gobierno o institución que adopte
medidas para mejorar los derechos y las condiciones de vida
de todas las personas. Por ejemplo, haciéndome eco de
la inmediatez de la noticia, que el gobierno español
impulse iniciativas para el desarrollo rural (son catorce millones
de españoles los que viven en pueblos), me parece
una actitud de progreso. Es cierto, nos merecemos un Estado
que nos garantice la igualdad de oportunidades, de servicios
y de calidad de vida a todos los ciudadanos con independencia
del territorio en que residan, pero esto hay que renovarlo
de nueva savia y sabiduría. Yo considero un signo de
progreso, el social, superior a cualquier otro, porque lo verdaderamente
importante no consiste en avanzar aumentando necesidades, sino
en caminar reduciendo miserias que tanto nos acosan y ahogan
a diario. Seguramente para eso hace falta ser coagentes de
la humildad y más cooperadores unos y otros.
También considero que, en esa renovación innata
del progreso, porque la estimo como una necesidad que todos
llevamos dentro por nuestra propia naturaleza, habría
que analizar si ese progreso es un avance para unos, para unos
pocos o para todos, o si es un retroceso para algunos o para
bastantes muchos. Preguntémonos, en consecuencia: ¿la
economía familiar camina tan boyante como apunta el
Fondo Monetario Internacional o tal vez camina de prestado,
endeudada a más no poder? Supongamos que sí,
que todos tenemos liquidez y que nuestra cartera crece en euros, ¿de
veras mejoramos como personas, en el contexto de este cacareado
progreso? ¿Somos más maduros espiritualmente,
más conscientes de la dignidad humana, más responsables,
más abiertos a la diversidad, particularmente a los
más necesitados y a los más débiles, estamos
más disponibles a dar y a prestar ayuda? Puede que nos
tengamos que seguir renovando, seguro que sí. Lo malo
es que nos quedemos muertos en la indiferencia como tantas
veces sucede.
El
ansia del desarrollo está en boca de todos, de todas
las lenguas y culturas, pero no olvidemos, sin embargo, que
el progreso puede llegar a ser una solución, pero también
un problema. Ahora, cuando todos los gobiernos quieren ser
un gobierno de progreso, que además tienen que serlo
por espíritu y vocación de servicio al bien común,
creo que no podemos dejarnos llevar solamente por la euforia
del entusiasmo, sino que todos debemos plantearnos, de manera
objetiva y responsable, aquellos logros pero también
los retrocesos, y en qué medida nos va a afectar en
el futuro, tanto los éxitos como los fracasos. En verdad,
todas las conquistas hasta ahora logradas y las proyectadas
por la ciencia o técnica para los tiempos venideros, ¿van
de acuerdo con el consustancial progreso moral y espiritual
del ser humano? No sería tampoco justo condenar el progreso
en todo, puesto que nos olvidaríamos de los avances
científicos que han salvado muchas vidas humanas, pero
también idealizarlo (sin reflexionar) es olvidarse de
Hiroshima. |