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Algo más que palabras
 

Una fuente de dolor expansiva y creciente

25 de abril de 2010

 

El trabajo más que vida, es justicia, no en vano es un derecho y un deber. Por desgracia, para muchas personas hoy en día es una fuente de dolor. Portan en vena la cultura del miedo a quedarse desempleadas, verdadera fuente de angustia y dolor, una auténtica calamidad social. Pasar a engrosar el club de los marginados, tener dificultades para proveerse de necesidades esenciales, no poder reconocerse útiles para la sociedad, verse como un producto de desecho del injusto tejido productivo, envilece y humilla tanto que desequilibra a cualquier persona. Por ello, todo el planeta tiene que volverse a centrar en el mundo obrero, es fundamental, si no queremos seguir alimentando la pobreza y la desigualdad. El deber de la globalización nos pide diligencia. Acciones concretas para romper el círculo vicioso de la exclusión, para avivar el empleo junto a los derechos sociales, y poder luchar contra la discriminación e igualdad de oportunidades.

Evidentemente el mundo debiera gastarse y desgastarse mucho más en promover inversiones que activen un empleo decente. También creo que se debe prestar más atención en la protección a las personas y familias afectadas por el desempleo. El mundo de la marginalidad se incrementa porque no se pasa de las palabras a los hechos. La persona humana debe ser lo prioritario en una sociedad y no lo está siendo. Los líderes sociales no dan respuestas reales, contundentes, a una cuestión que no puede esperar. El mundo debe funcionar más equitativamente, o sea, más a corazón de obrero. Téngase en cuenta que el trabajo es lo único que da salud a una comunidad. El codo con codo antes que la zancadilla. El sufrimiento que genera el desempleo será menor en la medida en que ayudemos a quienes buscan trabajo. Han de sentirse arropados por todos los agentes sociales, también por la solidaridad obrera. En cualquier caso, pienso que uno de los graves problemas de este siglo es la manifiesta insolidaridad entre las personas, puesto que mientras unos disponen en abundancia de medios de subsistencia, hasta el punto de derrocharlos, otros seres humanos se hallan en condiciones precarias.

La fuente de dolor expansiva y creciente que soportan personas excluidas de un trabajo decente, tiene su raíz en el abandono de un orden social más justo. Por mucho que se nos llena la boca de solidaridad humana, nos la hemos cargado y corrompido. Las tensiones que vive hoy el mundo no son resueltas por falta de solidaridad. Los problemas socioeconómicos tampoco son satisfechos por la insolidaridad manifiesta de los pobres entre sí, de los ricos y los pobres, de los trabajadores y de los desempleados entre sí, de los empresarios y de los empleados. Ciertamente, cuando se pierde el respeto a la persona humana como tal, todo camina a la deriva, y las actitudes de soberbia y egoísmo campean a sus anchas. Si la solidaridad estuviese realmente enraizada en la vida de las personas, no habría tantas fronteras ni frentes, y los objetivos del desarrollo del milenio serían palabra cumplida. Precisamente, la Unión Europea acaba de hacer públicas unas recomendaciones para que los países miembros puedan llevar a buen término sus compromisos de lucha contra el hambre, la pobreza y la enfermedad. Estas naciones deben gastar más dinero en ayudar a los pobres del mundo. Así lo afirma el Comisario de Desarrollo, Andris Piebalgs, que ha pedido planes anuales a los Estados miembros para aumentar los fondos y emplearlos con más eficacia.

La generosidad será eficaz, por otra parte, en la medida que seamos capaces de globalizar la cultura del trabajo como deber y derecho. Cuanto más global sea el mercado, tanto más debe ser equilibrado por una desarrollo solidario, atento a las necesidades de los más débiles. La voz de los desempleados tiene que estar en primera línea para construir un mundo más justo. En efecto, cada persona debe contar, esté empleada o no lo esté, y ser consciente de su papel al servicio de la colectividad. Consecuentemente, el movimiento obrero debe contar con las personas desocupadas, y en sus jornadas de reivindicación y lucha, deben solicitar su presencia física y activa. Nadie necesita tanta ayuda como los que no tienen un trabajo. Lo subrayo: uno de sus mayores derechos y deberes.

El primero de mayo, pues, debe representar una fecha emblemática para los trabajadores, forma parte de nuestra historia obrera, pero también debe serlo para ese otro mundo al que se le niega poder hacerlo, puesto que es muy oportuna la fecha para poder afirmar el valor del trabajo y de la civilización enraizada a él, contra algunas ideologías actuales que, por el contrario, sostienen la civilización trepa o el coleccionismo del dinero fácil, para el derroche y la compra accesible, hasta de personas para su divertimento. ¿Habrá crueldad mayor que trabajar para comprar personas? Contestémonos cada cual consigo mismo.

Es cierto, quizás tengamos que cambiar de marcha, redescubrir lo que somos, y endulzarnos la vida con otros sistemas de producción. Está visto que el trabajo actual, tal y como está concebido, genera infelicidad y desasosiego. Hoy es un amor imposible para muchas personas lo que apuntó el poeta latino, Horacio Flaco, de que “el placer que acompaña al trabajo pone en olvido a la fatiga”. El mercado oferta tantos trabajos indecentes que nadie puede quedarse indiferente, cuando menos ante el día internacional de los trabajadores. Hay quien llega a odiar la vida por el trabajo que tiene. El propio sistema lo considera un engranaje más de la producción, una maquina sin sentimientos. Como ve el lector hay muchas cuestiones que reivindicar el mundializado uno de mayo, y también todos los días venideros, porque realmente hemos convertido el trabajo en un calvario para muchas personas y el desempleo en la cruz que soportan millones de seres humanos.

 
 
Fuente: Texto recibido el 25 de abril de 2010. Email: (corcoba@telefonica.net)