En el mundo hay sed de libertad. Nos merecemos ser dueños
de nuestra propia vida. Hay que invertir en liberaciones y propagarlas.
Que Cuba libere a los presos políticos es un paso adelante.
Que los grupos religiosos dejen de estar perseguidos es otro
paso más allá. Por cierto, según revelan
estudios recientes, el 70% de la población del mundo
vive en áreas en las que se producen severas limitaciones
a la libertad religiosa. Desde luego, nadie debe violar la autonomía
de creencias, tampoco la de pensamiento. Que las políticas
dejen de ser sectarias y se encaminen al bien común es
otro paso tan justo como preciso. Que el progreso de una sana
libertad de información y de expresión, sustentada
en la verdad, sea algo más que una declaración
solemne es, asimismo, algo tan necesario como ineludible. Por
desgracia, la creciente ola de violencia contra periodistas
honestos pone en entredicho lo que se predica, que suele ser
muy distinto a la pura realidad, inclusive desde gobiernos que
se dicen democráticos y de Derecho. Un gran porcentaje
de esas muertes se asocia a investigaciones que los fallecidos
realizaban sobre casos de corrupción, crimen organizado
y delitos políticos.
Jamás
se ha hablado tanto de libertades, pero curiosamente esta palabrería
no alcanza los hechos. Porque, ¿cómo se conjuga
la libertad de algunas naciones que amedrentan y oprimen a sus
ciudadanos? Así concebida, es más una llaga que
una liberación. Prolifera el derecho del más fuerte,
la orden del más poderoso, la locura de los bloques dominantes
imponiendo abecedarios marcados por sus endiosados cabecillas.
No admiten otro diálogo que el suyo. Bajo este panorama,
en un mundo sediento de auténtica libertad difícilmente
podemos activar ciudadanos libres. Por desdicha, sigue la legión
de acaudalados pudientes, siempre acomodados y casi siempre
holgados, falsificando libertades bajo la doctrina de la farsa.
Y para más infortunio, vivimos en una sociedad irresponsable,
donde cada día se respeta menos al ser humano. A veces
hay que estar por encima del mundo, para que a uno le dejen
ser uno mismo. No es fácil en un clima de carceleros
deseosos de adormecer a sus súbditos, avivar la eterna
libertad de siempre, tan herida por nosotros, y tan inexcusable
llevarla consigo, sobre todo para poder pensar libre y hablar
sin hipocresía.
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