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Presentación |
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"Que la Gracia de Jesús permanezca con todos vosotros": La devoción al Sagrado Corazón nació en el Calvario. Quien primero y mejor que nadie captó la indecible intensidad de la ternura infinita que se manifiesta en la herida del costado de Jesús, fue la Santísima Virgen, en el momento en que la lanza abrió el corazón de Jesús; fue traspasada el alma de su madre. "Tanto amó Dios al mundo, que le entregó su hijo único, para salvar a los hombres". San Juan, que escribió estas palabras en su evangelio, sabía lo que decía. Había escuchado los latidos del corazón de nuestro salvador, algunas horas antes de ser entregado. Es en el siglo XII que encontramos los primeros testimonios de la devoción al Sagrado Corazón. Entre ellos está el de San Bernardo que dice: "Son preciosas estas llagas, testigos felices de su resurrección y de la divinidad de Cristo. La lanza atravesó su alma y alcanzó hasta el corazón, a fin de que pueda decir que no se compadece de nuestras miserias". Inmaculado corazón de María: Esta devoción comenzó a tener auge durante la Edad Media. El culto se convirtió en celebración con San Juan en 1680; aunque no fue oficialmente aceptada por la congregación de ritos de la Iglesia. Posteriormente, se crearon numerosas congregaciones religiosas y cofradías que tomaron el nombre de Corazón de María y creció el clamor para consagrar el mundo al corazón de la Virgen. Las famosas y cada vez más frecuentes apariciones de la Santísima Virgen en todo el mundo, llevaron a que por fin el Papa Pío XII realizara esta consagración en el año 1942, y en 1944 se oficializó para toda la Iglesia, y fue cuando se fijó la fecha actual de la festividad. Celebrar esta fiesta en la Iglesia es motivo para reconocer todo el amor, virtudes y perfección contenida en el corazón de nuestra Santísima Virgen. ¡Sagrado
Corazón de Jesús, en vos confío. P. Chepe (A.M.D.G.)
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Sagrado Corazón de Jesús |
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Por J.A.V. SAGRADO CORAZON DE JESÚS EN VOS CONFÍO Llenos de confianza y amor, venimos a vuestro Corazón, corno el corazón del mejor de los padres, del más tierno y más compasivo amigo. Recibidnos, ¡oh Corazón sagrado! en vuestra infinita ternura; hacednos sentir los efectos de vuestra compasión y de nuestro amor; sed nuestro apoyo, nuestro mediador cerca de vuestro Padre, y en nombre de vuestra preciosa sangre y de vuestros méritos, concedednos la fuerza en nuestras debilidades, consuelo en nuestras penas, y la gracia de amaros en el tiempo y de poseeros en la eternidad. Cuantos de nosotros tenemos en casa, tal vez en casa de nuestros padres o abuelos la imagen del Sagrado Corazón y nos enseñaron de niños a rezarle, a prenderle su veladora pero más que nada a confiar en Él, cada vez que rezábamos con la abuela o mamá "Sagrado Corazón de Jesús en Vos Confío"; tal vez en estos tiem-pos pensemos que eso ya esté pasado de moda, que eso era sólo cosas de la abuela, pero no es una devoción per-manente y actual. El Papa Juan Pablo II, en la carta entregada al Prepósito General de la Compañía de Jesús, P. Kolvenbach, en la Capilla de San Claudio de la Colombière, el 5 de octubre de 1986, en Paray-le-Monial, animaba a los Jesuitas a impulsar esta devoción: "Sé con cuánta generosidad la Compañía de Jesús ha acogido esta admirable misión y con cuánto ardor ha buscado cumplirla lo mejor posible en el curso de estos tres últimos siglos: ahora bien, yo deseo, en esta ocasión solemne, exhortar a todos los miembros de la Compañía a que promuevan con mayor celo aún esta devoción que corresponde más que nunca a las esperanzas de nuestro tiempo". Adoramos el Corazón de Cristo porque es el corazón del Verbo encarnado, del Hijo de Dios hecho hombre, de la Segunda Persona de la Santísima Trinidad que, sin dejar de ser Dios, asumió una naturaleza humana para realizar nuestra salvación. El Corazón de Jesús es un corazón humano que simboliza el amor divino. La humanidad santísima de Nuestro Redentor, unida hipostáticamente a la Persona del Verbo, se convierte así para nosotros en mani-festación del amor de Dios. Sólo el amor inefable de Dios explica la locura divina de la Encarnación: "tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo unigénito, para que el que crea en él no muera, sino que tenga la vida eterna" (Jn 3, 16). Es el misterio de la condescendencia divina, del anonadamiento de Aquel que "a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz" (Flp 2, 6 ss). El
Evangelio deja constancia de la ternura de Jesús. Él es
"manso y humilde de corazón". Es compasivo con las
necesidades de los hombres, sensible a sus sufrimientos. Su amor privilegia
a los enfermos, a los pobres, a los que padecen necesidad, pues "no
tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos". Es importante -lo recordaba el Papa- ayudar a descubrir en la propia alma la "nostalgia de Dios". En el fondo de todo hombre resuena una llamada del Amor; una llamada que no debe ser desoída. Quizá el ruido externo no permite captarla y por eso es urgente crear espacios que no ahoguen la dimensión espiritual que todo ser humano posee en tanto que creado por Dios y llamado a la comunión de vida con Él. Acerquémonos al Corazón de Cristo. Respondamos con amor al Amor. Que nuestra vida sea un ho-menaje -callado y humilde- de amor y de cumplida reparación. "Quiero gastarme sólo por tu Amor", escribía Santa Teresita del Niño Jesús. También nosotros le pedimos al Señor la gracia de corresponder -en la medida de nuestras pobres fuerzas- a su infinita compasión para con el mundo. Señor, ¡qué nos gastemos sólo por tu Amor". Qué prendamos en las almas el fuego de tu Amor. El Espíritu Santo nos ayudará a conocer íntimamente al Señor y a descubrir, junto al Corazón de Cristo, el sentido verdadero de nuestra vida, a comprender el valor de la vida verdaderamente cristiana, a unir el amor filial hacia Dios con el amor al prójimo. "Así -como pedía el Papa Juan Pablo II- sobre las ruinas acumuladas del odio y la violencia, se podrá construir la tan deseada civilización del amor, el reino del Corazón de Cristo" (Carta al P. Kolvenbach). La gran promesa del Sagrado Corazón de Jesús es muy consoladora: la gracia de la perseverancia final y el gozo de encontrar en su Sacratísimo Corazón un refugio seguro de misericordia en nuestra última hora. Para ganar esta gracia debemos: o
Recibir sin interrupción la Sagrada Comunión durante nueve
primeros viernes consecutivos. Oración
Fuente: encuentra.com, catholic.net, ChurchForum Una,santa, catolica.com
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Avisos
Parroquiales
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MISAS
EN LAS CAPILLAS DE LOS BARRIOS Miércoles
2 de julio La Fátima *
Todas las Misas serán a las 5:00 p.m.
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