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Presentación |
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"Que la Gracia de Jesús permanezca con todos vosotros": Para algunas personas, el hecho de ser diferentes, puede ser un problema y un motivo de conflicto. Hay ocasiones en que la persona quiere que todos sean como ellas: Que piensen, crean y vivan de acuerdo con sus párametros, ahogando así las capacidades e iniciativas de los otros. La diferencia, analizada desde el punto de vista positivo, enriquece la existencia y la experiencia comunitaria de los seres humanos. El individualismo aísla, repliega, convierte a la persona en un ser solitario. La individualidad, en cambio la hace única, le permite reconocer su propia riqueza y aportar desde su yo personal a la comunidad o grupo en el cual interactúa. Si en la sociedad familiar, en la sociedad civil y en todo tipo de sociedades conformadas por los hombres se reconociera el valor de la diferencia, éstas progresarían mucho, pues se trabajaría más con las cosas que las unen que con aquellas que las dividen. Los seres humanos están llamados a comprender que su misión es la de establecer puentes que superen la incapacidad para aceptar a los demás como son, y a trabajar por la unidad en la diversidad. Un
escritor colombiano narra en su libro que "un hombre del pueblo
de Negua, pudo subir al alto cielo y a las vuelta dijo que había
contemplado desde allá arriba la vida humana y dijo que somos
un mar de fueguitos. Cada persona brilla con luz propia en-tre los demás.
No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos grandes, chicos y de todos colores
y hay gente de fuego sereno y loco que llena el aire de chispas. Algunos
fuegos bobos, no alumbran ni queman, pero otros arden la vida con tantas
ganas que no se puede mirar sin parpadear y quien se acerca se enciende.
Cada ser humano tiene la misión de iluminar con su luz propia,
pero a la vez iluminando a los demás. P. Chepe (A.M.D.G.)
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La participación en un grupo (2ª parte) |
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Por Judith Avilez Vásquez
Tal vez has vivido la experiencia del perdón; no ha sido fácil perdonar o que te perdonen, pero cuando se ha logrado llegar a ello el crecimiento espiritual y humano nos deja huella, nos hace comprender la Misericordia de Dios. Bien continuemos hablando sobre este interesante tema: La misericordia y la esperanza.- Una segunda práctica ascética (austera) consiste en adquirir una mirada misericordiosa sobre los demás. En vez de indignarte, sentir compasión; en vez de enojarte, expresar el cariño. Tu mirada esperanzada y optimista es capaz de hacer mucho más que el juicio y que el desaliento. En la vida comunitaria todos hemos de ser como la máquina de ferrocarril, que hace caminar el carro. Es demasiado lujo colocarte como un simple vagón, que tiene que ser arrastrado. Tu mirada misericordiosa es como la gasolina que hace caminar esta máquina comunitaria. Al tener misericordia de los demás no estás haciendo otra cosa que corresponder mínimamente al Don de Dios, que ha tenido misericordia de ti. A Dios se le experimenta primeramente como perdón misericordioso. El hombre cristiano ya se sitúa en las coordenadas de la compasión. Por eso nunca utiliza lo que sabe de los demás como un arma arrojadiza, sino que lo guarda en el corazón. Ante el pecado o las imperfecciones de los demás, tienen la preciosa actitud de Dios mismo: acariciar, restaurar, sanar. Para esto se requiere un gran esfuerzo, un vencer tu inclinación natural. Descubrir que estás puesto para acariciar el corazón de los hermanos y así proporcionarles el calor suficiente para que puedan cambiar. El paso anterior te conduce a un terreno delicado y precioso de la práctica ascética(austera): La corrección fraterna. Las personas que compartimos un ideal nos ayudamos mutuamente a crecer hacia él. Y para poder conseguirlo, necesitamos unos de otros. Por eso la corrección fraterna es una práctica clásica de la vida cristiana. Consiste en señalar al otro eso que necesita cambiar para vivir con mayor claridad el ideal que se propone. Todos necesitamos hacer y recibir correcciones. Pero todos vemos que este es un terreno humanamente muy delicado. Porque las personas somos susceptibles, y usamos muchos mecanismos de defensa ante nuestras propias imperfecciones. Por eso el modo de hacer y recibir la corrección es fundamental. En ella debe relucir con evidencia el amor. Te corrijo por amor, y en la misma corrección me siento y me sé profundamente amado. Es cierto: el amor más fino se da cuando te experimentas como amado en medio de una corrección. Para esto hay que aprender un lenguaje, unos gestos, unas caricias. Corregir es como acariciar, pero no golpear. La corrección fraterna es una práctica ampliamente recomendada por Jesús. Y como todas las obras de un cristiano, deberá rodearse de oración y de discernimiento. Una buena norma es ésta: no hacer una corrección hasta que no sientas, muy claramente, que al hacerla procedes con ese amor espiritual, que viene del Espíritu Santo. Esto supone que quitas de tu corazón todo sentimiento malo y de tu mente todo juicio, para que aparezca simplemente el amor. También que tendrás la prudencia necesaria para buscar el momento oportuno y las palabras adecuadas. La mejor práctica, la que han realizado los santos, es la de adelantarse, y pedirlas correcciones antes de que los demás tengan que hacerlas. Que tal si eres tú quien se acerca a los demás y preguntas: ¿qué de-bería cambiar? Allí puedes encontrar una estupenda práctica que te ayude a vivir mejor tu camino vocacional y tu vida cristiana. PARTICIPAR
EN UN GRUPO convencidos de que lo hacemos por y para Dios hará
que lo hagamos con amor, sin fijarnos que hacen o dejan de hacer los
demás, que nuestro Señor nos ilumine y nos mantenga firmes
en su amor y compañía, para engrandecer su reino aquí
y ahora.
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Avisos
Parroquiales
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