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Ejemplar No. 29 / domingo 7 de marzo de 2004 / Año IV

Presentación

Que la Gracia de Jesús, presente en la Eucaristía, esté con vosotros:

Hermanos, a partir del miércoles de Ceniza, la liturgia de la Iglesia ha dado comienzo a un tiempo fuerte, a la que todos estamos invitados a participar. Este momento importante y necesario permite que todo cristiano se prepare a la Pascua del Señor Jesús.

Muchas veces, o cada año, escuchamos la palabra cuaresma y consiste en un tiempo que se ofrece a todo creyente para gustar la novedad de vida y de santidad que en los dones del espíritu brota de la Pascua del Señor. Como en el libro del Apocalipsis (2-3), a la comunidad cristiana se le invita a emprender un camino de penitencia y purificación.

Es el Señor resucitado, vivo y presente en la comunidad, que con el poder de su palabra y el testimonio de su vida pide renovar la propia fe, esperanza y caridad. Sólo en la conversión el misterio de la Pascua puede ser celebrado y acogido en toda su eficacia, hasta poder dar sentido a los días, a veces amargo, de nuestra historia.

Como en el Apocalipsis es el resucitado mismo el que exhorta a la conversión, así en la Cuaresma están siempre la luz y la gracia de su Pascua para ayudarnos a lograr la conformación personal y eclesial, con el misterio celebrado y con la humanidad crucificada y resucitada del Hijo de Dios, cuya acción llena del mismo todo el tiempo del hombre, incluso el de su fragilidad y de su pecado.

La ceniza indica la condición de la fragilidad de la muerte de la que Cristo nos hace resurgir, como del polvo y la tierra fue sacado el primer Adán. Se termina en la vigilia pascual, con el encendido del fuego nuevo, del que se encenderá la luz del cirio pascual.

Hermanos, vivamos con intensidad paso a paso este tiempo de Cuaresma, para que la Pascua de Cristo marque el camino de nuestra vida.

P. José (A.S.J.)

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Tema:  Cuaresma

Por Judith Avilez Vásquez

 

Penitencia o reconciliación, ayuno, oración, obras de misericordia, sacrificios, todos estos conceptos implican la Cuaresma y el resultado debe ser conversión en nuestras vidas.

“Si no hacen penitencia ciertamente todos perecerán” (lc. 13,5). Si existe cosa para la que el mundo carece de órgano es indiscutiblemente el sentido de la penitencia y conversión.

Dos cosas hay para un católico que no tiene vuelta de hoja. El pecado es el mayor mal, el único mal que puede ser insanable. esto es, si se quiere, una verdadera teoría. Pero he aquí la otra verdad que es una realidad experimental: todos los hombres son esclavos del pecado por razón del original, y todos los pecadores por sus faltas personales.

En el pecado, nos encontramos todos. He aquí porque es imprescindible la penitencia: penitencia y conversión. Tal es la recomendación que resuena de continuo en el nuevo testamento de un cabo a otro, lo mismo en labios del Bautista, como de Jesús y de los apóstoles: “hagan penitencia, porque está cerca el reino de Dios”. Conviértanse, vuelvan de sus pecados, convirtiéndose a Dios.

La penitencia no es otra cosa que la consecuencia real de la transformación; se renuncia aún a alegrías y placeres lícitos para satisfacer por el mal cometido, por haberse excedido en el disfrute de los goces materiales, pecando contra la santa voluntad de Dios.

El mundo no entiende fácilmente el llamado divino a la penitencia. La iglesia recoge esa recomendación y la transmite a sus hijos. Tal es el significado de tanta importancia que tiene el tiempo cuaresmal.

Es una pena que se crea que hoy no es posible ayunar como antaño y que a veces no lo sea en efecto. Pero siempre es cierto lo que nos recuerda el prefacio en estas semanas: “el ayuno corporal reprime nuestros vicios, eleva nuestro espíritu, confiere virtud y premio. Es una costumbre de la más remota antigüedad. Ahora es el tiempo “en que se nos ha quitado al esposo” (mt. 9,15) y los discípulos caminan tristes.

Haz penitencia por tus pecados personales y por los pecados del mundo que no entiende de conversión.

Vuélvete con todos los hijos de Dios al padre celestial. No te niegues a padecer y sacrificarte con privaciones con el esposo crucificado, cuyas huellas seguimos en esta vida.

 

Bibliografía: Biblia y Vida Litúrgica. Marzo 2003.

Nota: El tema es responsabilidad de quien lo firma.

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