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Presentación |
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"Que
la Gracia en Cristo Jesús permanezca con todos vosotros": Hermanos, se acercan los días de Navidad, el encuentro del hombre con su creador en el tiempo; encuentro que es en definitiva la vida humana. Ningún hombre ha podido inventar la Navidad: sólo Dios estaba y está en condiciones de escoger la historia, para dialogar con los hombres y las mujeres, sin esperar a recibirlos en la eternidad. Inmersa y circunscrita en el tiempo, la Navidad no forma parte de ningún particular contexto cultural; vive dentro y fuera de cualquier civilización, sin ser tampoco del todo extraña a ninguna. Y está a la vez, al mismo tiempo, en el centro y en el corazón de la historia de todos y de cada uno de nosotros los hombres. Su origen está más allá del sucederse de las generaciones humanas. Ni en el más grande fabricador de mitos hubiera llegado nunca a vislumbrar la encarnación del Hijo de Dios, en la humildad y en la estrechez de una carne mortal, si Dios mismo no hubiera comenzado a hablar. La memoria de la encarnación del Hijo de Dios, del hecho inaudito de que la segunda persona de la Santísima Trinidad haya tomado carne mortal y se haya hecho hombre, no puede concretarse en ningún concepto, en ninguna idea, en ninguna racionalización de la existencia. Sólo cabe transmitirla viviéndola, presentándola de nuevo y siempre como lo que es: la buena nueva, la buena noticia de la palabra de Dios a los ángeles, a los hombres, a toda la creación. El único anuncio lleno de significado, lleno de vida. El hecho histórico del nacimiento de Jesucristo tuvo lugar unos seis o siete años antes de comenzar nuestra era, pues según los estudiosos, el año 533 el monje Dionisio, el exiguo, hizo cálculos no del todo exactos, comprensibles, de otro lado, con los instrumentos de que disponía y adelantó el comienzo de la era actual, o sea, Cristo debió nacer seis o siente años antes. ¡Feliz
Navidad en Jesús, el Hijo de Dios! P.
Chepe (A.M.D.G.)
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N a v i d a d |
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A Belén, a Belén..., que caminan por el río... Las posadas están llegando a su fin; este domingo es el cuarto de Adviento; nuestros corazones empiezan a latir con emoción; sólo faltan unas horas para que festejemos la Navidad, para tener entre nosotros a nuestro salvador. Si este Adviento lo hemos vivido o tratado de vivir intensamente, los frutos los gozaremos en nuestros corazones, en nuestros ambientes familiares, en el trato a los demás, porque con la Navidad entra en el mundo una realidad nueva, una presencia nueva, aunque el próximo año, si Dios lo permite, de nuevo festejos la Navidad; nosotros viviremos, disfrutaremos esos frutos, esa PRESENCIA. Esta presencia nos interesa precisamente en cuanto que tiende por entero a transformarnos a cada uno de nosotros. El Verbo se hace carne... para asumirnos en Él. El Señor viene para construir, para rehacer al hombre y al mundo; ha venido, viene ante todo trayendo la paz. "Paz en la tierra a los hombres que esperan su venida". "Dios te salve, María, llena eres de gracia, el Señor es contigo". Esto es la paz: la seguridad en el designio de Dios sobre nosotros; esta seguridad en el Dios que nos llama, en su orden, es la fe. "Mi justo vive de la fe". La Gracia de la Navidad es la gracia de la paz, que es el fruto de la fe, de la seguridad en su palabra. Al final del Adviento, de la espera (seguridad de que vendrá), hay otra seguridad: la seguridad de que Dios ya ha venido, de que ya obra en nosotros. La paz, el sentir que la propia vida está fundada con seguridad, está sostenida con fuerza, no puede derivar más que de la conciencia de la autoría del Padre. Cuanta más conciencia tenemos de nuestra relación con el Padre, más estable es todo en nuestra vida. La paz vive como esperanza. En el período de Navidad el acento de la liturgia está en la Palabra que se nos ha dado, la Palabra que reconstruye el mundo, que edifica. Sería necesario que nuestra persona deseara a Cristo como el “todo” de la propia vida y del mundo. La identificación es posible en la fe y la fe es un juicio que reconoce el valor y las implicaciones del hecho acaecido entre los hombres. Que estas últimas horas las meditemos con más profundidad y que nuestros corazones se transformen, cada minuto que pase, a Dios, para poder recibir a su Hijo con más Amor, y gozar en la Navidad de esa Paz que sólo Él puede dar. ¡Feliz Navidad!
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Avisos
Parroquiales
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