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Presentación |
La participación en un grupo |
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"Que
la Gracia en Cristo Jesús, permanezca con todos vosotros": Hermanos, el sábado pasado, con una celebración eucarística en nuestra comunidad parroquial, dimos inicio a nuestro curso de teología para laicos. Antes del Concilio Vaticano II (1962-1965), la teología se enseñaba predominantemente en los Seminarios, porque a partir del Conc. de Trento los Seminarios significaron un importante avance en la formación del clero. Después se transformaron en una relativa cárcel para la teología; podíamos afirmar que el único que sabía teología era el padrecito. Las innovaciones introducidas por el Conc. Vat. II afectaron directamente el lugar de la enseñanza. Muchos cursos dejaron los Seminarios y se insertaron en la estructura de las Universidades, en general católicas. Se crearon también facultades o instituciones teológicas independientes de los Seminarios, abiertos a los laicos y laicas. Hay que dejar bien claro que en todo curso de teología se propone alcanzar diversos objetivos, aunque no siempre en la misma proporción. Trata de enseñar teología a los alumnos que tienen el deseo de conocer más profundamente la fe de la Iglesia. Pero el objetivo más importante consiste en que el aprendiz de teólogo pueda vivir la teología, celebrarla, convertirla en oración. Hemos hablado mucho de este término, pero es importante que sepamos ¿qué es? La palabra teología se compone etimológicamente de dos términos, que definen en gran parte su naturaleza: theós + logia = Dios + ciencia. En el centro está Dios, su objetivo principal. Cualquier reflexión teológica se refiere de alguna manera a Dios. Teología tiene que ver con "logia", con palabra, con saber, con ciencia. Se sitúa a Dios en el discurso humano. Etimológicamente significa un "discurso, un saber, una palabra, una ciencia de o sobre Dios". "Date tiempo para leer, es el fundamento de la sabiduría". P. Chepe (A.M.D.G.)
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El domingo pasado, con mucho entusiasmo vimos el comienzo de una etapa más para el grupo apostólico del movimiento familiar cristiano, y así como ellos comienzan su preparación, varios grupos también tienen nuevos miembros que buscan cuál es su vocación. La experiencia vocacional es una experiencia grupal. Sea cual sea tu vocación, se te ofrecerá la comunidad como cauce para tu formación y tu vivencia vocacional. Y esto normalmente no será fácil, porque en los grupos humanos se dan frecuentes roces y dificultades. Es una de las experiencias más comunes, la tienen la mayoría de los jóvenes y adultos que participan en un apostolado. Al poco tiempo de haberte comprometido con un grupo comienzas a descubrir que ese grupo no es coherente, que le falta mucho para responder al llamado que Dios le hace. La tendencia natural ante esta situación es apartarte de él, rechazarlo. Pero si profundizas un poco, te darás cuenta de que ese grupo es más o menos tan incoherente como tú. Que eso que tanto te molesta y hasta te indigna lo vives en cierta medida. Entonces, se abre ante ti un camino nuevo. Es quizá más largo de lo que tú habías imaginado, pero profundamente humano: es el camino del perdón, de la reconciliación y de la corrección fraterna. La respuesta vocacional sólo se puede dar en grupo recorriendo con paciencia este camino tan humano. El hecho de que el grupo no sea lo que debe ser, no significa que no pueda ambicionar unos ideales y caminar hacia ellos. Lo hacemos considerándonos como un puñado de pobres, que así, en calidad de pobres y de enfermos, hemos sido llamados, misericordiosamente por el Señor. Este camino supone una constante práctica ascética (que se dedica a la práctica y ejercicio de la perfección espiritual), que supone los siguientes aspectos: La introspección y el perdón. La participación en un grupo te pide, como regla fundamental, un hábito de entrar en ti mismo para limpiar tu corazón de todo rencor y de todo rechazo. Este es un asunto personal. No podemos crecer como grupo, si cada quien cultiva resentimientos, juicios o murmuraciones. La amargura del corazón nos impide crecer. En general, en la sociedad y en la Iglesia existen muy malos hábitos al respecto. Por eso, el primer juicio en el que hay que entrar es el juicio de ti mismo. Si frecuentemente entras en tu corazón y reconoces que también tú has sido infiel a los ideales, te estás preparando para convivir con los demás y caminar con ellos. La misericordia y la esperanza. Una segunda práctica ascética consiste en adquirir una mirada misericordiosa sobre los demás. En vez de indignarte, sentir compasión; en vez de enojarte, expresar el cariño. Tu mirada esperanzada y optimista es capaz de hacer mucho más que el juicio duro y que el desaliento. En la vida comunitaria todos hemos de ser como la máquina de ferrocarril, que hace caminar el carro. Es demasiado lujo colocarte como un simple vagón, que tiene que ser arrastrado. Tu mirada misericordiosa es como la gasolina que hace caminar esta máquina comunitaria. Al tener misericordia de los demás no estás haciendo otra cosa que corresponder mínimamente al don de Dios, que ha tenido misericordia de ti. A Dios se le experimenta primeramente como perdón misericordioso. El hombre cristiano ya se sitúa en las coordenadas de la compasión. Por eso, nunca utiliza lo que sabe de los demás como un arma arrojadiza, sino que lo guarda en el corazón. Ante el pecado o las imperfecciones de los demás, tiene la preciosa actitud de Dios mismo: acariciar, restaurar, sanar. Para esto se requiere un gran esfuerzo, un vencer tu inclinación natural. Descubrir que estás puesto para acariciar el corazón de los hermanos y así proporcionarles el calor suficiente para que puedan cambiar. La corrección fraterna. El paso anterior te conduce a un terreno delicado y precioso de la práctica ascética: la corrección fraterna. Las personas que compartimos un ideal nos ayudamos mutuamente a crecer hacia él. Y para poder conseguirlo, necesitamos unos de otros. Por eso, la corrección fraterna es una práctica clásica de la vida cristiana. Consiste en señalar al otro, eso que necesita cambiar para vivir con mayor claridad, el ideal que se propone. Todos necesitamos hacer y recibir correcciones. La corrección fraterna es una práctica ampliamente recomen-dada por Jesús. Y no se vale decir " ...pues, según de quien venga...". Y como todas las obras de un cristiano, deberá rodearse de oración y de discernimiento. Una buena norma es ésta: no hacer una corrección hasta que no sientas, muy claramente, que al hacerla procedes con ese amor espiritual, que viene del Espíritu Santo. Esto supone que quitas de tu corazón todo sentimiento malo y de tu mente todo juicio, para que aparezca simplemente el amor; también que tendrás la prudencia necesaria para buscar el momento oportuno y las palabras adecuadas. Como decía al principio, el camino no será fácil si queremos hacerlo solos, con nuestras propias fuerzas. Busquemos a Dios en todo momento y será más fácil y más enriquecedor para nuestro caminar cristiano y nuestro crecimiento espiritual. Fuente: "Pagina Vocacional". Asamblea Eucarística. |
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Avisos Parroquiales |
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