Estrenando un traje rojiverde, bajo el resguardo de
una bolsa de plástico de color negro, llegó
a mi rústico jardín enclavado en el espacio
de mis amores, la más preferida de mis flores,
la buganvilla roja y roja.
Era
tan grande mi desesperación por verla crecer
a mi lado que no tuve el suficiente cuidado para despojarle
la frazada con que vino cubierta, ni recuperar la tierra
original que se desmoronó en el manejo y que
debió acompañarla en su nueva casa. Luego
la deposité en una sementera de tierra diferente
al original de donde vino, provocándole con este
acto la extracción de su alma que le daba vida.
Enorme error de mi parte.
Su
amiga hermana que la acompañó en esta
expedición que fue atendida con mayor esmero,
lucía esplendorosa mientras ella agonizaba lentamente,
muriéndose de amor por su nuevo dueño.
Al
mirarla en ese estado de suprema tristeza, reflejada
en su rostro y cuerpo, a punto estuve de arrancarle
el corazón y tasajearla para aventarla con furia
hasta donde no tuviera recuerdos de su presencia inútil,
pero me contuve porque entreví en ella, aunque
muy imperceptible, sus ansias de vivir, de gozar la
vida. La esperanza me hizo esperar.
Cuando
regresé después de varios días,
ya rumiado el coraje, volví a mi parcela para
darle de beber a mis sedientas niñas y me atreví
a verla de reojo porque conservaba dentro de mí
la ilusión, de que recobraría la salud.
Y
mis deseos se cumplieron, la fuerza de la fe y la esperanza
dieron fruto.
Ahí
estaba ella, exhibiendo en todo su esplendor, entre
todas sus compañeras, una milagrosa metamorfosis,
pero diferente al de Gregorio Samsa; una transformación
rejuvenecida., así como cuando me la traje por
primera vez de la tierra de los panes: coqueta, y risueña,
frondosa como en mi plenilunio de verde mar y mejillas
arreboladas por el frío. Sí, amigos, colmada
de flores rojas cuales mariposas prestas a desplegar
las alas y lanzarse al vuelo en el confín del
universo como aquéllas que llenan de color el
corazón de cualquiera que sabe apreciar la magnificencia
de la naturaleza, y que ésta le dio nuevamente
a mi bien amada buganvilla de Pomuch... la gracia de
volver a la luz… de la vida.
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