Por
Jorge Jesús Tun Chuc
Las
flores del romero
niña Isabel,
hoy son flores azules;
mañana serán miel
Luís
de Góngora
¡Por
fin ha llegado la primavera! Hoy luce con altivez su perfumada
y deslumbrante figura que atesora colorida belleza natural. El
lánguido rostro de el estiaje progresivamente se trasforma
en un florido jardín silvestre. Los bruñidos amaneceres
son los que anuncian que el X’aamán káan ha
cedido su lugar a los calurosos días de sol. Es el tiempo
en que la maravillosa X’k’ook’ inicia sus encantadores
trinos que se tornan en la sinfonía musical que corteja
a las prolongadas horas de luz.
En
las altas ramas de los árboles, también hay tiempo
y lugar para el amor. Cobijados por el abrazo de la espesura tropical,
se escucha el arrullo con el que se atrae una pareja de tórtolos
dispuestos a cumplir el impulso innato para perpetuar su especie.
En
la rama más delgada de un jaabín, lejos de las acechanzas
de sus depredadores, una vivaz yúuya se mece suavemente
en su embolsado nido, mientras alimenta a su joven prole con abnegado
amor maternal.
Bajo
la refrescante sombra de numerosos gigantes verdes, juguetonas
enredaderas con sujetantes zarcillos sonríen en las medianas
alturas, derramando su delicado caudal de flores lilas que dan
la impresión de convertirse en una soñadora cascada.
En
los típicos caminos del mayab los flamboyanes en flor se
asemejan a suspirantes corazones púrpuras, que dulcemente
se atormentan en el crepitante fuego de apasionados amores juveniles.
La
madre tierra también ofrece gustosa su rico abanico de
sabores. En el pueblo, no hay quinta ni solar que no presuma sus
maduros mangos, azucaradas oallas y astringentes marañones.
En sus tallos y ramas trepan traviesos niños empeñados
en darse un banquete con estas suculentas frutas del paraíso.
Con modestia aparte, la x’chi’abal luce su deslumbrante
atavío de jugosas ciruelas de acentuado rojo carmín,
tentando al paladar a rendirse a los caprichos de sus apreciadas
delicias.
Cuando
el sol abandona el cenit, la calurosa tarde de pronto se vuelve
gris. Con sorprendente ligereza, el cielo se encapota de oscuros
cúmulos que avanzan empujados por un vigoroso viento de
levante. Pronto caen los primeros y gruesos goterones acompañados
de su característico ruido, como si dieran el mínimo
tiempo a la gente para arribar a lugar seguro. En los patios de
las casas, las aves domésticas emprenden desordenada huida,
procurando ponerse a buen resguardo.
El
característico olor a tierra mojada se extiende a todos
los rincones. Su penetrante aroma provoca una rara satisfacción
interior que las palabras no pueden explicar.
El
súbito e inesperado chaparrón ha bañado el
pueblo y el campo circundante, dejando en el ambiente una fresca
brisa como relajante consecuencia. El agua de la inusual lluvia
primaveral es una bendición del cielo para la sedienta
naturaleza. Terminado el chubasco, Yuum ii’k arrastra a
unas debilitadas nubes semejantes a frágiles veleros enfrascados
en una veloz regata en el eterno mar celestial.
Próximo
a su ocaso, el astro rey resplandece nuevamente, después
de jugar a las escondidas detrás de la lluvia. Cuando sus
incipientes rayos desaparecen en el horizonte, numerosas aves
emprenden el ruidoso vuelo de regreso a casa en vistosas formaciones.
Con
la caída de las sombras de Aak’ab, la transparente
atmósfera encumbra el sublime embrujo del cielo, que orgulloso
deja ver sus infinitas pupilas azules.
Las
horas de vigilia toman forma de una romántica velada. Puntuales
como siempre, los grillos eternos trovadores de la noche, brindan
a tan señorial dama su enamorada serenata.
En
el momento en que Ak’aa’b se retira al descanso, la
naciente aurora muestra al mundo su sonriente rostro. Con optimismo
contagiante, toca puertas y ventanas, despertando a sus moradores
a vivir con la alegría el nuevo día, regalo de la
primavera, que hoy luce cual bella muchacha de hidratada y brillante
cabellera de obsidiana y orientales ojos de ébano, que
inspira el amor más tierno y sincero.
En
el campirano sendero, ahí en los linderos del pueblo donde
comienzan los dominios de Yuum k’aax’, un peculiar
zumbido identifica a un enjambre de afanosas abejas que ejecutan
una extraña danza aérea alrededor de numerosos ejemplares
de dzidzilché. De sus blanquecinas flores éstas
obtienen dorada y deliciosa miel.
Más
allá, en un claro del reverdecido paisaje, decididos a
refrescarse del sofocante calor estacional, inquietos turixoo’b
se dan vertiginosos y fugaces chapuzones en una espaciosa sarteneja
que la lluvia reciente llenó. La sak baátab y la
k’aan k’uxub, atraídas por el vital elemento
revolotean sobre la reflejante superficie siguiéndoles
el juego a los veloces quirópteros. En tanto, otras mariposas
se posan en sereno descanso al filo del agua.
La
tersa imagen de la primavera es un rico vergel lleno de trinos,
colores, fragancias, sabores y expresiones de amor. Una grata
emoción hace vibrar el espíritu del mundo, que lleno
de júbilo expresa: ¡Por fin ha llegado la primavera,
la dulce niña de los verdes montes!
GLOSARIO
X’aamán káan: Viento frío del norte.
X’ kook’: Ruiseñor, ave canora.
Chi’abal: Ciruela de boca. Especie de ciruela regional.
Yuuya: Oropéndola, ave de plumaje amarillo y negro.
Dzidzilché: Árbol que se descascara.
Turixoo’b: Libélulas.
Sak báatab: Mariposa blanca.
K’áankk’uxub: Mariposa amarilla.
Jáabin: Planta leguminosa (piscivia communis). Este árbol
de gran dureza, florece en marzo, cuando caen sus hojas.
Sarteneja: Depósito natural de piedra poco profundo.
Fuente:
Texto proporcionados por Jorge Tun Chuc; septiembre de 2005.