El
códice de Calkiní es
una compilación de relatos históricos sin ninguna estructura
en su forma, ni secuencia en el orden de hechos, y escritos
en diferentes épocas, los cuales ocasionan una serie
de interpretaciones personales que lo hacen más confuso,
aunado a la falta de diez hojas al principio del libro.
Es
indudable que la vigencia de esta reliquia es trascendental en
nuestra historia local, que le infunde merecidos reconocimientos
ante la sociedad; no obstante esos créditos, hay algunos pasajes
descritos en él que nos impulsan a refutarlas. Veamos el por
qué.
El
tu'uuk ca'an, conocido como El ceibo, es
un lugar histórico porque de acuerdo al códice era el lugar
en donde se realizaba todo tipo de reuniones y se tomaban los
acuerdos entre la clase mandante, y más aún, fue el lugar del
encuentro de dos grupos de disímbolas razas, la española y
la indígena. Ahí, en ese retazo de tierra, se tatuó el principio
del mestizaje en Calkiní. En ese Rincón del Cielo,
debajo de una exuberante ceiba, los Ah Canul cedieron la estafeta
a un nuevo gobierno diferente al suyo.
En
el códice se habla de un pozo, el que conocemos actualmente,
tapizado en su interior de piedras labradas con una profundidad
de 13 metros. Acaso los mayas, ¿sabían constuir
pozos antes de la llegada de los hispanos?
Los
mayas no conocían la técnica para abrir pozos en el subsuelo.
Por eso era su constante peregrinar en la búsqueda de asentamientos
pluviales, como las aguadas, lagunas, ríos, y aquí en la península,
los cenotes. En el oriente de Calkiní existió infinidad
de aguadas, que fueron abastecimientos básicos para los pueblos
que se establecieron ahí antes de la llegada de los españoles.
A diferencia de los iberos que sí la tenían como lo demuestran
en la construcción de las norias.
Sin
embargo, reitero, en el Códice se habla de pozo Halim,
y en el transcurso de la lectura de la obra se menciona varias
veces la palabra "pozo", que en su significado literal
es un hoyo excavado en la tierra para la extracción de
agua subterránea. ¿No habrá sido el pozo
Halim un cenote? ¿O fue construido por los hispanos?
La
historia oral a través del tiempo, al traspasarse de generación
en generación, no se conserva con fidelidad, sufre cambios
en su esencia; en cambio, la escritura si no se altera -a propósito
de intereses particulares- se mantiene con veracidad, y es
duradera.
El
códice de Calkiní se transcribió en lengua indígena cuando
el maya aprendió el alfabeto latino. Se escribió después de
cierto tiempo de transcurrido el pasado histórico del pueblo
Ah Canul, así que la mayoría de los escribas no plasmaron con
exactitud los hechos tal como sucedieron, y más aún que los
escribanos fueron de diferentes épocas.
Es
posible que cuando éstos aprendieron a escribir desearon
conservar la memoria histórica de su pueblo y lo realizaron
combinando el pasado con el presente, provocando una serie de
galimatías. Intentaron recordar el advenimiento de los
españoles junto a aquel pozo, y optaron por mencionarlo
como se le llamaba en esa época. ¿Por qué
no lo identificaron como dzonot que así se le llama
al cenote en maya? El pozo Halim es una falacia. Nació
de manos de los españoles, y no antes.
Entonces,
si estas apreciaciones son acertadas, ¿habrá en Calkiní un
desconocido surtidor de agua que saciara la garganta de los
sedientos autóctonos después de haberse secado las aguadas?
Existe la posibilidad. Pero no solamente se conocerá el lugar,
sino también la posición del centro ceremonial de esta raza
calkiniense pródiga en tradiciones y cultura.
Agua
y pueblo eran en la antigüedad un lazo indisoluble para la
supervivencia humana. Pero de esa agua fortuitamente obsequiada
por la naturaleza. Cuando el hombre aprendió a extraerla de
las entrañas de la tierra, se fue haciendo más independiente,
postrando a la misma naturaleza a sus pies.
Los
mayas fueron hombres precavidos y conocedores a profundidad
de natura. No daban un paso en falso, si antes no estaban seguros
de sus decisiones. Cuando se establecían en algún sitio era
porque ya habían estudiado sus ventajas y desventajas para
vivir. Aunque preferían las orillas de los ríos, lagunas o
cenotes. De igual forma, crearon depósitos subterráneos de
agua de lluvia, conocidos como chultunes, los cuales
les surtía agua en abundancia en las épocas de secas. Pero
éstos no les hubiera bastado para sobrevivir; eran nada más
paliativos.
Con
estas condiciones un pueblo nómada ya podía sedentarizarse,
aunque en algunos asentamiento como Uxmal no se conoce algún
lugar en donde se establecieran constantemente de agua. Pero
debe existir. Quizá sean las mismas aguadas o algún cenote
ya desaparecido por el tiempo.
Calkiní
no fue la excepción. Si el pozo Halim a mi entender no existía
antes de la venida de los españoles, ¿entonces, cómo se abastecía
de agua el pueblo maya? de agua ¿Eran suficientes las aguadas?
¿O existía alguna fuente inagotable del vital líquido? ¿Dónde
se encontraba ese cenote?
Pues
bien, permítanme explicarles su ubicación, así como el centro
ceremonial del pueblo maya calkiniense.
Don
José Turriza Balam, extinto amigo mío, me platicó un día que
en su infancia su madre le había platicado sobre la existencia
de un misterioso cenote dentro de unas cavernas, y que podía
entrarse a través de unas escaleras de maderas. Lo conocían
como bi'ich cal que en lengua maya significa, garganta delgada.
Adentro de la cueva rutilaba un pequeño oasis de inagotables
aguas cristalinas.
¿Dónde
se encuentra? Puede
ubicarse casi en el centro de la manzana situada entre la
calle 15 y la 11, del barrio de San Luis. Más claro, se encuentra
en terrenos del Profr. Armando Caamal.
En
la periferia de este cenote (donde confluyen los fondos de
los solares) se pueden observar vestigios de edificios prehispánicos.
Aunque a simple vista aparentan montones de tierra y piedra,
pero aguzando los sentidos se puede uno dar cuenta que fueron
en épocas pretéritas templos ceremoniales, terrazas, plataformas,
altares, chultunes, etc. Esta afirmación la sostengo, porque
en mi niñez estos rescoldos arquitectónicos fueron parte de
mis experiencias infantiles; anduve por todos sus recovecos,
brincaba las escalinatas de los edificios de entradas y salidas,
me sentaba en las enormes piedras labradas, y atisbaba por
algunos cuartos semiderruidos.
Todavía
guardo en la memoria, de manera indeleble, la figura de una
casa de paja constuida sobre la cima de uno de los edificios
principales, en donde un tío mío, Félix May, a semejanza de
los grandes chilames ponía en práctica sus dotes de médico
empírico.
Aunque
no sólo en esa manzana se advierten reminiscencias arqueológicas,
sino también se observan (ya muchos desaparecidas) en un perímetro
más alejado. Por ejemplo, el predio de la señora Rosa Pacab
(calle 22 "A" No. 76), en cuyo terreno se estableció alguna
vez la primera escuela del barrio de Fátima, ahí se extrajo
de un pequeño lomerío, un ídolo; en los terrenos donde están
instaladas las bombas de abastecimiento del agua potable
municipal, se encuentran dispersas lomitas en cuyo interior
se hallaron osamentas humanes y utensilios de barro; el basamento
donde se construyó la iglesia principal existieron construcciones
mayas; en fin, una retahíla de edificios que rodearon en otros
tiempos el susodicho cenote.
Por
todo lo anteriormente expuesto, se puede plantear la siguiente
hipótesis:
El
lugar preciso en donde los mayas se proveían de agua se encuentra
en el centro de esos edificios, y no en el pozo Halim. Se evidencia
por la cercanía de los templos principales. El centro ceremonial
de los mayas Ah Canul se encuentra en esa manzana.
EL
CENOTE
Desafortunadamente, no se sabe con exactitud
el lugar donde se encuentra la entrada original, porque fue tapada
por dos supuestos motivos:
a)
Según los primeros dueños del terreno donde se asienta el cenote,
la entrada les quedaba muy lejos de la casa, la cual les ocasonaba
mucha molestia en el acarreo de agua, por lo que optaron por
clausurarla y abrir otra entrada más cercana a la vivienda.
b)
Esta otra versión, la más cautivante, se deriva de la fantasía
y carácter supersticioso de la gente, lo que vale muy bien
la pena platicarla.
Un
Viernes Santo, una hija de la familia propietaria descendió
las escaleras de la cueva, en busca de huano (material flexible
para la elaboración de sombreros, guardado en ese lugar, porque
la humedad lo hace más dócil) para tejer, cuando de repente
surgió un horripilante monstruo, hibridación de humano y caballo,
que la obligó a salir -como pudo- de lugar.
La
familia creyó que tal evento había sido causa de desacato a
las creencias religiosas, pues ese día se debía dedicar a Dios.
No se debe trabajar ni adentrarse en lugares solitarios, porque
el cizín (diablo) anda suelto en busca de almas confundidas
en sus convicciones espirituales.
Pero
tal aparición puede explicarse con un poco de sentido común.
Es
obvio que la niña antes entrar a la caverna iba programada
en el temor por no respetar el día dedicado a Dios, y que bien
pudiera ser castigada por ese acto. Con esa superstición a
cuestas la predispuso sobremanera. De modo que al entrar en
un sitio solitario y tenebroso se imaginó lo peor; así que
cuando las aguas en su movimiento de ondas concéntricas, combinadas
con el choque de furtivos rayos de sol, provocaron en las paredes
de la gruta una ilusión fantasmagórica, la cual hicieron casi
morirse de miedo a la visitante. Por eso, los dueños decidieron
desaparecer la entrada.
Ahora
bien, ya clausurado el acceso a la cueva, ¿en dónde se aprovisionaron
de agua para su sustento?
Razonaron
y hallaron una solución original, sin que les provocara más
gastos innecesarios. Perforaron los dos o tres metros de grosor
del techo de la gruta, con la idea de hacerlo coincidir con
el centro del manto acuífero. Pero no lo consiguieron, cometieron
un error de cálculo, y el orificio distó mucho del manantial.
No obstante el error, encontraron otra forma peculiar de corregirlo.
A plomo con el agujero del orificio desviado, calaron sobre
el piso de la cueva una pileta que hicieron conectar con el
cenote a través de un canal a desnivel, manteniendo de esta
forma un abastecimiento continuo y seguro de la pileta. A pesar
de no ser muy honda se ven de vez en cuando surcar sus entrañas
pequeños camarones. Se asegura que este pozo es inagotable
en contradicción a su pequeño caudal. Una prueba de esta aseveración
se puso a prueba cuando se construyó la carretera rumbo a Nunkiní;
nunca hubo escasez de agua.
Los
actuales dueños del lugar afirman que en épocas de lluvias,
el agua acumulada en los alrededores del pozo desaparece en
un santiamén, y se escucha cómo se escurre el agua dentro de
la gruta o a veces se desploman trozos de lodo en la bóveda
del cenote.
EL
POZO
Cuando se observa de lejos pasa inadvertido
ante nuestra mirada, porque en apariencia es un pozo como cualquiera.
Sólo necesitamos acercarnos a su brocal para darnos cuenta que
estamos equivocados. Tiene una característica peculiar que lo
hace diferente a los pozos comunes: mide siete metros de profundidad.
Un detalle verdaderamente insólito, si tomamos en cuenta que
aquí en Calkiní todos los pozos oscilan entre los 11 y 12 metros
de perforación.
Dos
metros antes de llegar al agua, se va ensanchando paulatinamente
como el vientre de un cántaro tepakanense, motivo por el cual
se necesita mucha fuerza para descolgarse, porque no se encuentra
ninguna clase de apoyo para los pies, y es peor cuando se sale.
Dentro
de la cámara del pozo caben holgadamente muchas personas, que
se pueden perder de vista, si se desea, cuando alguien observa
desde el hueco del brocal. En los límites, en una parte del
embovedado, existe una barrera no natural: una albarrada que
se junta con el techo, ¿motivos de la construcción?, tal vez
sea para evitar la conexión con el manto de agua por donde
se apareció la criatura.
La
última vez que me atreví a entrar, no obstante mi edad y que
pudo haberme costado la vida, la albarraday parte de aquel
espacio amplio que existía, se había convertido en escombro;
ya había desaparecido todo indicio para llegar por otro rumbo
hasta el cenote. Hasta ahora, no he dejado de arrepentirme
por no haber tenido, en el primer intento de investigación,
la suficiente entereza para derribar aquel muro que me impedía
descorrer el velo celosamente guardado por la naturaleza: el
verdadero lugar donde los mayas Ah Canul se proveían de agua.
El
pueblo de Calkiní no sabe de su existencia, pero quizá algún
día entre los jóvenes, ahora más atrevidos que antes, se animen
por descubrir tantos y tantos secretos de la cultura de nuestros
abuelos, como el caso del cenote, rodeado de viejos y arcanos
cerros, vestigios de la arqueología Ah Canul; de esa noble
y rancia cepa calkiniense. |