Calkiní, 19 de noviembre de 2006
 
Un cenote en Calkiní

Por Andrés Jesús González Kantún

 

Antecedentes históricos.- La historia nuestra sobre los primeros asentamientos humanos en Calkiní se conoce muy poca. Sólo se conservan -a grandes rasgos- generalidades sobre la venida de los españoles, de los batabes que poblaron los diferentes pueblos del municipio; de ese linaje Ah Canul exiliado del reino de Mayapán, a causa de problemas políticos entre hermanos de la raza maya; de los tributos dados a los hispanos bajo la sombra de una Ceiba; el nombre de los dos primeros españoles que vivieron en Calkiní; de la riqueza de un comerciante Ah Canul en posesión de cuatro barcos, etc. Esos relatos de los abuelos se encuentran asentados en El códice de Calkiní.

Entrada del supuesto cenote. Fotografía proporcionada por el Prof. Andrés Jesús González Kantún
 

El códice de Calkiní es una compilación de relatos históricos sin ninguna estructura en su forma, ni secuencia en el orden de hechos, y escritos en diferentes épocas, los cuales ocasionan una serie de interpretaciones personales que lo hacen más confuso, aunado a la falta de diez hojas al principio del libro.

Es indudable que la vigencia de esta reliquia es trascendental en nuestra historia local, que le infunde merecidos reconocimientos ante la sociedad; no obstante esos créditos, hay algunos pasajes descritos en él que nos impulsan a refutarlas. Veamos el por qué.

El tu'uuk ca'an, conocido como El ceibo, es un lugar histórico porque de acuerdo al códice era el lugar en donde se realizaba todo tipo de reuniones y se tomaban los acuerdos entre la clase mandante, y más aún, fue el lugar del encuentro de dos grupos de disímbolas razas, la española y la indígena. Ahí, en ese retazo de tierra, se tatuó el principio del mestizaje en Calkiní. En ese Rincón del Cielo, debajo de una exuberante ceiba, los Ah Canul cedieron la estafeta a un nuevo gobierno diferente al suyo.

En el códice se habla de un pozo, el que conocemos actualmente, tapizado en su interior de piedras labradas con una profundidad de 13 metros. Acaso los mayas, ¿sabían constuir pozos antes de la llegada de los hispanos?

Los mayas no conocían la técnica para abrir pozos en el subsuelo. Por eso era su constante peregrinar en la búsqueda de asentamientos pluviales, como las aguadas, lagunas, ríos, y aquí en la península, los cenotes. En el oriente de Calkiní existió infinidad de aguadas, que fueron abastecimientos básicos para los pueblos que se establecieron ahí antes de la llegada de los españoles. A diferencia de los iberos que sí la tenían como lo demuestran en la construcción de las norias.

Sin embargo, reitero, en el Códice se habla de pozo Halim, y en el transcurso de la lectura de la obra se menciona varias veces la palabra "pozo", que en su significado literal es un hoyo excavado en la tierra para la extracción de agua subterránea. ¿No habrá sido el pozo Halim un cenote? ¿O fue construido por los hispanos?

La historia oral a través del tiempo, al traspasarse de generación en generación, no se conserva con fidelidad, sufre cambios en su esencia; en cambio, la escritura si no se altera -a propósito de intereses particulares- se mantiene con veracidad, y es duradera.

El códice de Calkiní se transcribió en lengua indígena cuando el maya aprendió el alfabeto latino. Se escribió después de cierto tiempo de transcurrido el pasado histórico del pueblo Ah Canul, así que la mayoría de los escribas no plasmaron con exactitud los hechos tal como sucedieron, y más aún que los escribanos fueron de diferentes épocas.

Es posible que cuando éstos aprendieron a escribir desearon conservar la memoria histórica de su pueblo y lo realizaron combinando el pasado con el presente, provocando una serie de galimatías. Intentaron recordar el advenimiento de los españoles junto a aquel pozo, y optaron por mencionarlo como se le llamaba en esa época. ¿Por qué no lo identificaron como dzonot que así se le llama al cenote en maya? El pozo Halim es una falacia. Nació de manos de los españoles, y no antes.

Entonces, si estas apreciaciones son acertadas, ¿habrá en Calkiní un desconocido surtidor de agua que saciara la garganta de los sedientos autóctonos después de haberse secado las aguadas? Existe la posibilidad. Pero no solamente se conocerá el lugar, sino también la posición del centro ceremonial de esta raza calkiniense pródiga en tradiciones y cultura.

Agua y pueblo eran en la antigüedad un lazo indisoluble para la supervivencia humana. Pero de esa agua fortuitamente obsequiada por la naturaleza. Cuando el hombre aprendió a extraerla de las entrañas de la tierra, se fue haciendo más independiente, postrando a la misma naturaleza a sus pies.

Los mayas fueron hombres precavidos y conocedores a profundidad de natura. No daban un paso en falso, si antes no estaban seguros de sus decisiones. Cuando se establecían en algún sitio era porque ya habían estudiado sus ventajas y desventajas para vivir. Aunque preferían las orillas de los ríos, lagunas o cenotes. De igual forma, crearon depósitos subterráneos de agua de lluvia, conocidos como chultunes, los cuales les surtía agua en abundancia en las épocas de secas. Pero éstos no les hubiera bastado para sobrevivir; eran nada más paliativos.

Con estas condiciones un pueblo nómada ya podía sedentarizarse, aunque en algunos asentamiento como Uxmal no se conoce algún lugar en donde se establecieran constantemente de agua. Pero debe existir. Quizá sean las mismas aguadas o algún cenote ya desaparecido por el tiempo.

Calkiní no fue la excepción. Si el pozo Halim a mi entender no existía antes de la venida de los españoles, ¿entonces, cómo se abastecía de agua el pueblo maya? de agua ¿Eran suficientes las aguadas? ¿O existía alguna fuente inagotable del vital líquido? ¿Dónde se encontraba ese cenote?

Pues bien, permítanme explicarles su ubicación, así como el centro ceremonial del pueblo maya calkiniense.

Don José Turriza Balam, extinto amigo mío, me platicó un día que en su infancia su madre le había platicado sobre la existencia de un misterioso cenote dentro de unas cavernas, y que podía entrarse a través de unas escaleras de maderas. Lo conocían como bi'ich cal que en lengua maya significa, garganta delgada. Adentro de la cueva rutilaba un pequeño oasis de inagotables aguas cristalinas.

¿Dónde se encuentra? Puede ubicarse casi en el centro de la manzana situada entre la calle 15 y la 11, del barrio de San Luis. Más claro, se encuentra en terrenos del Profr. Armando Caamal.

En la periferia de este cenote (donde confluyen los fondos de los solares) se pueden observar vestigios de edificios prehispánicos. Aunque a simple vista aparentan montones de tierra y piedra, pero aguzando los sentidos se puede uno dar cuenta que fueron en épocas pretéritas templos ceremoniales, terrazas, plataformas, altares, chultunes, etc. Esta afirmación la sostengo, porque en mi niñez estos rescoldos arquitectónicos fueron parte de mis experiencias infantiles; anduve por todos sus recovecos, brincaba las escalinatas de los edificios de entradas y salidas, me sentaba en las enormes piedras labradas, y atisbaba por algunos cuartos semiderruidos.

Todavía guardo en la memoria, de manera indeleble, la figura de una casa de paja constuida sobre la cima de uno de los edificios principales, en donde un tío mío, Félix May, a semejanza de los grandes chilames ponía en práctica sus dotes de médico empírico.

Aunque no sólo en esa manzana se advierten reminiscencias arqueológicas, sino también se observan (ya muchos desaparecidas) en un perímetro más alejado. Por ejemplo, el predio de la señora Rosa Pacab (calle 22 "A" No. 76), en cuyo terreno se estableció alguna vez la primera escuela del barrio de Fátima, ahí se extrajo de un pequeño lomerío, un ídolo; en los terrenos donde están instaladas las bombas de abastecimiento del agua potable municipal, se encuentran dispersas lomitas en cuyo interior se hallaron osamentas humanes y utensilios de barro; el basamento donde se construyó la iglesia principal existieron construcciones mayas; en fin, una retahíla de edificios que rodearon en otros tiempos el susodicho cenote.

Por todo lo anteriormente expuesto, se puede plantear la siguiente hipótesis:

El lugar preciso en donde los mayas se proveían de agua se encuentra en el centro de esos edificios, y no en el pozo Halim. Se evidencia por la cercanía de los templos principales. El centro ceremonial de los mayas Ah Canul se encuentra en esa manzana.

EL CENOTE

Desafortunadamente, no se sabe con exactitud el lugar donde se encuentra la entrada original, porque fue tapada por dos supuestos motivos:

a) Según los primeros dueños del terreno donde se asienta el cenote, la entrada les quedaba muy lejos de la casa, la cual les ocasonaba mucha molestia en el acarreo de agua, por lo que optaron por clausurarla y abrir otra entrada más cercana a la vivienda.

b) Esta otra versión, la más cautivante, se deriva de la fantasía y carácter supersticioso de la gente, lo que vale muy bien la pena platicarla.

Un Viernes Santo, una hija de la familia propietaria descendió las escaleras de la cueva, en busca de huano (material flexible para la elaboración de sombreros, guardado en ese lugar, porque la humedad lo hace más dócil) para tejer, cuando de repente surgió un horripilante monstruo, hibridación de humano y caballo, que la obligó a salir -como pudo- de lugar.

La familia creyó que tal evento había sido causa de desacato a las creencias religiosas, pues ese día se debía dedicar a Dios. No se debe trabajar ni adentrarse en lugares solitarios, porque el cizín (diablo) anda suelto en busca de almas confundidas en sus convicciones espirituales.

Pero tal aparición puede explicarse con un poco de sentido común.

Es obvio que la niña antes entrar a la caverna iba programada en el temor por no respetar el día dedicado a Dios, y que bien pudiera ser castigada por ese acto. Con esa superstición a cuestas la predispuso sobremanera. De modo que al entrar en un sitio solitario y tenebroso se imaginó lo peor; así que cuando las aguas en su movimiento de ondas concéntricas, combinadas con el choque de furtivos rayos de sol, provocaron en las paredes de la gruta una ilusión fantasmagórica, la cual hicieron casi morirse de miedo a la visitante. Por eso, los dueños decidieron desaparecer la entrada.

Ahora bien, ya clausurado el acceso a la cueva, ¿en dónde se aprovisionaron de agua para su sustento?

Razonaron y hallaron una solución original, sin que les provocara más gastos innecesarios. Perforaron los dos o tres metros de grosor del techo de la gruta, con la idea de hacerlo coincidir con el centro del manto acuífero. Pero no lo consiguieron, cometieron un error de cálculo, y el orificio distó mucho del manantial. No obstante el error, encontraron otra forma peculiar de corregirlo. A plomo con el agujero del orificio desviado, calaron sobre el piso de la cueva una pileta que hicieron conectar con el cenote a través de un canal a desnivel, manteniendo de esta forma un abastecimiento continuo y seguro de la pileta. A pesar de no ser muy honda se ven de vez en cuando surcar sus entrañas pequeños camarones. Se asegura que este pozo es inagotable en contradicción a su pequeño caudal. Una prueba de esta aseveración se puso a prueba cuando se construyó la carretera rumbo a Nunkiní; nunca hubo escasez de agua.

Los actuales dueños del lugar afirman que en épocas de lluvias, el agua acumulada en los alrededores del pozo desaparece en un santiamén, y se escucha cómo se escurre el agua dentro de la gruta o a veces se desploman trozos de lodo en la bóveda del cenote.

EL POZO

Cuando se observa de lejos pasa inadvertido ante nuestra mirada, porque en apariencia es un pozo como cualquiera. Sólo necesitamos acercarnos a su brocal para darnos cuenta que estamos equivocados. Tiene una característica peculiar que lo hace diferente a los pozos comunes: mide siete metros de profundidad. Un detalle verdaderamente insólito, si tomamos en cuenta que aquí en Calkiní todos los pozos oscilan entre los 11 y 12 metros de perforación.

Dos metros antes de llegar al agua, se va ensanchando paulatinamente como el vientre de un cántaro tepakanense, motivo por el cual se necesita mucha fuerza para descolgarse, porque no se encuentra ninguna clase de apoyo para los pies, y es peor cuando se sale.

Dentro de la cámara del pozo caben holgadamente muchas personas, que se pueden perder de vista, si se desea, cuando alguien observa desde el hueco del brocal. En los límites, en una parte del embovedado, existe una barrera no natural: una albarrada que se junta con el techo, ¿motivos de la construcción?, tal vez sea para evitar la conexión con el manto de agua por donde se apareció la criatura.

La última vez que me atreví a entrar, no obstante mi edad y que pudo haberme costado la vida, la albarraday parte de aquel espacio amplio que existía, se había convertido en escombro; ya había desaparecido todo indicio para llegar por otro rumbo hasta el cenote. Hasta ahora, no he dejado de arrepentirme por no haber tenido, en el primer intento de investigación, la suficiente entereza para derribar aquel muro que me impedía descorrer el velo celosamente guardado por la naturaleza: el verdadero lugar donde los mayas Ah Canul se proveían de agua.

El pueblo de Calkiní no sabe de su existencia, pero quizá algún día entre los jóvenes, ahora más atrevidos que antes, se animen por descubrir tantos y tantos secretos de la cultura de nuestros abuelos, como el caso del cenote, rodeado de viejos y arcanos cerros, vestigios de la arqueología Ah Canul; de esa noble y rancia cepa calkiniense.

 
Fuente: Texto proporcionado por Andrés Jesús González Kantún; 17 de noviembre de 2006 / Una versión del escrito fue publicado en las páginas 17-21 de la revista "K'in lakam", No. 2 (julio-diciembre de 1995), Grupo Literario Génali, Calkiní // Foto: Proporcionada por Andrés González Kantún; 17 de noviembre de 2006