Voy
a poner el corazón en la palabra.
Y dejaré que resucite el poema. Un niño esta
tarde me ha extendido su mano y me ha suplicado algo más
que una sonrisa. De pronto, ¡pensé!, podremos
tener fiestas, ¡pero no tendremos Navidad! Después
leí en la prensa que una docente había enviado
a Jesús a la papelera. Juraré que venía
contento de ver tantas luces que nos anuncian sueños
lindos de amores, pero caí en la desolación.
Me entristece pensar que los cristianos, al igual que el Niño
Dios, no sean bien aceptados en algunos lugares. No entiendo
esta “cristofobia”, cuando lo que se anuncia es amar al prójimo,
repartir las viandas con el hambriento y hospedar a los pobres
sin techo; vestir al que va desnudo y no encerrarse en el propio
pedestal. Quizás nos falten doctores de la caridad y
nos sobren cirujanos del desamparo.
Menos
mal que hay un sector importante de la sociedad que hace
valer sus derechos, a los que la fiesta cristiana de la Navidad
les une, que hacen familia y se muestran solidarios. Es cierto
que existen otras manifestaciones contrarias al espíritu
navideño, a mi juicio absurdas, que en vez de llamar
a la alegría y a la serenidad, incitan al derroche,
como si el mundo se fuese a terminar. Por desgracia, para algunos
si es verdad que finaliza, se juegan su propia vida a los chutes.
Lo s consumos abusivos que a veces se producen por estas fiestas,
donde no tiene cabida el portal de Belén, y si otros
portales en los que entra el vicio por las cuatro esquinas,
no son buenos. Más pronto que tarde pasan factura. Cuidado
con bañarse hasta el alma de alcohol o con dejarse llevar
por los típicos porros, sustancias estimulantes o pastillas
de éxtasis. Está visto que al final se cae en
la habitualidad. Todo este tipo de seductoras espuelas que
se nos ofrecen ya en cualquier parte, se han abaratado tanto
porque su enganche es cada vez más fuerte y más
mortal. Su dependencia es brutal, cuesta mucho que la persona
recupere su autonomía, el sentido de la responsabilidad
y su capacidad para tomar decisiones.
No
es mi intención desalentar a los viandantes en camino.
La vida es un largo viaje en el que todo ser humano, vive la
Epifanía como quiere, pero ¡oiga! que le dejen
vivirla como quiera. Partimos de una realidad: nadie a lo largo
de la historia ha permanecido indiferente ante la Natividad.
Es algo mágico, el arte y las letras han crecido bajo
esta estrella. Desde los primitivos autos a los Reyes Magos
hasta los artistas más actuales, con sus conciertos
navideños y sus músicas, los poetas con sus palabras,
los pintores con su pincel de sueños, todos ellos han
convertido el Advenimiento en tema trascendente. La Nochebuena
sigue siendo la ocasión privilegiada para fraternizarse,
a pesar de las fuerzas contrarias y de las familias desestructuradas.
La verdad es que no hacen falta grandes inversiones para hacerlo,
ni un crédito a tres meses sin intereses como anuncia
algún centro comercial, sólo hay que pensar en
el nacimiento de Jesús, en la sencillez y en la pobreza
de Belén. Miren por donde, no fue en palacio alguno,
donde el Creador restituyó dignidad a la existencia
de todo ser humano. Ojalá que este inmenso don encuentre
labios dispuestos a recibirlo y a ofrecerlo como así lo
hicieron nuestros antepasados, más pobres que nosotros
pero más ricos porque se saciaban de la Palabra.
Hoy
las redes sociales, políticas y económicas
revisten gran importancia para la convivencia, pero no hay
que dejar a un lado la vestimenta humanista y espiritual. Es
saludable que la España de las nacionalidades y regiones
salvaguarde su patrimonio de valores, y en este sentido, la
Navidad es una catedral de virtudes que no debe viciarse, reconociendo
que ha sido, sobre todo el cristianismo mediante sus liturgias
festivas, la fuerza capaz de conciliarnos. Sin duda, estas
fechas son uno de los momentos más bellos y entrañables
del año, en el que se manifiestan los más puros
sentimientos. Alrededor de la liturgia navideña se han
enraizado una serie de costumbres, como pueden ser los cantos
populares y la construcción de belenes, que han contribuido
a crear un clima de familia.
De
ninguna manera podemos borrar las tradiciones, forman parte
de nuestra vida, son una manera de hacer presente lo que
ocurrió o
lo que se acostumbraba hacer en tiempos pasados. Sería
una actitud irrespetuosa con quienes nos donaron la vida, negarse
a conocer por qué y para qué se llevan a cabo
estas costumbres navideñas. Además, pienso, que
u n pueblo sin tradición es un pueblo vaciado que de
venteado se muere. Es verdad que el espíritu navideño
no está en los grandes almacenes, también se
encuentra más allá del recuerdo de un hecho histórico,
hay que buscarlo al igual que el poeta o el artista en el verbo,
en el instante preciso, en la meditación del misterio.
Pienso
que las familias tenemos hambre de novedades, queremos sorprendernos
y sorprender, y nos olvidamos de los ingredientes del amor.
Decimos que queremos amar y odiamos; queremos navegar por
los ríos del tener, lo queremos tener todo y nos
ahogamos en las deudas; queremos subir a los poderes más
altos y no practicamos la solidaridad. Recorremos el tiempo
en busca de lo permanente y nos descubrimos efímeros.
En esta encrucijada de cada día, más que poseer,
nos urge despertar a la auténtica Navidad. No sería
un mal propósito honrarla con toda el alma y procurar
conservarla durante todo el año. Ya ven, la cultura
de nuestra sociedad secularizada y globalizada tiende a vaciar
estas puras fiestas de su significado religioso y originario,
y tiende a hacer perder a las familias su verdadera orientación
y la importancia del Nacimiento de Jesús.
Por
ello, celebrar su “cumpleaños” es un recuerdo vivo,
tan fuerte que lo llevamos en el corazón. Yo también
llevo grabadas en el iris, aquellas velas de Adviento que mi
abuela me explicó, una para cada domingo. Tres –me dijo-
son de color “morado”, no alegres, sino de penitencia... y nos
indican que tenemos que “limpiar nuestra alma” durante el Adviento,
con el arrepentimiento y la cuarta es “rosa”, alegre, del último
domingo, con Jesús llenándote de su amor. Bajo
esa nívea ternura, que es lo que realmente da fuerza,
e l que por nosotros quiso nacer no puede ser ignorado por
nosotros. |