Hay
pasos que dejan huella y abren caminos. Su patria ha sido
siempre la lengua y su lenguaje la lucidez en el más
profundo sentido irónico. Es un hombre de pensamiento
claro. Los premios y los homenajes tampoco le hicieron escritor,
sino su acrecentada obra y crecido ingenio. Los críticos
siempre hablan de él como uno de los pocos escritores
que “se saben reír de sí mismo, sin disimulos,
ni falsas humildades”. Ahí está su gran obra
sociológica interrogándonos e interrogándose.
La cuestión es descifrar “en qué mundo vivimos” y
cuestionarse el mundo, como una estrella viva, desde el yo. Él
nos ha iluminado en su dimensión de creador, de narrador,
como teórico y crítico literario, como sociólogo,
como apasionado por el análisis de las claves de la
sociedad contemporánea y, muy especialmente, por la
importancia que en ella juegan las vanguardias. Hablo de
Francisco Ayala, un hombre con veinte lustros de coherencia
en este mundo de ratas.
Comprenderá el lector que, con esta hoja de servicios
ejemplar, a uno le guste releer sus ilustrados andares. El
alma necesita de esas bibliotecas de vidas vividas, bellamente
narradas, participar el cultivado campo de letras y dar parte
de lo bien que sienta acercarse, cuando menos, a respirar
sus palabras. Con este espíritu cervantino, tan enraizado
a lo español, yo también busco la coherencia
y el valor de la ejemplaridad, a partir del propio compromiso
con los valores morales, que hoy andan perdidos por el baúl
del tiempo. Me encuentro con Ayala, uno de nuestros vivos
humanistas, que nos refresca la memoria a través de
su obra ensayística y de ficción, advirtiéndonos
que el ser humano se animaliza cuando se abandona a sus instintos,
cuando es incapaz de construir un guión que nos socialice,
en esta irrespetuosa globalización de salvajes a la
carta.
Estoy
harto de que se propongan (y dispongan) modelos que son
la antítesis de lo que es una existencia irreprochable.
No se puede levantar hasta las nubes, poner sobre los astros,
dar bombo, lo que es una cadena inmoral de andanzas. Por
lo menos, debiera poseer como raíz, el buen ejemplo
al estilo ayaliano. De lo contrario, estamos perdidos en
el más horrendo del caos. Intentar promover lo justo,
lo íntegro, lo virtuoso, lo cabal, lo equitativo y,
hasta lo intachable, bajo los parabienes de la farsa y de
la ficción, no es de recibo humano; puesto que, de
esta manera, el molde se vuelve una bola de hipocresía,
donde toma vida y florece lo vulgar e indecente.
Esta
situación de fingimientos y dobleces es sumamente
preocupante. Lo es para una persona que ha vivido mucho como
Francisco Ayala, que ve desolación y siente pena por
sus descendientes al observar que “el mundo que se avecina
no es muy digno de ser vivido”; y, de igual modo, ha de serlo
para cualquier individuo que no haya perdido el sentido de
lo cabal. No existe otra forma de enseñar una forma
de vida, sino a través del ejemplo. Pero no hay que
confundir los modelos de la ejemplaridad. Una cosa es la
autenticidad y otra el vínculo. No es posible la educación
sin la profunda reciprocidad de una relación coherente.
Ayala es un maestro de la coherencia. Él sabe bien
que la misión del ser humano consiste en ser humano
de alma, con todo lo que eso conlleva de encadenamiento y
consistencia. Sin embargo, la negra nube de tensiones que
cubre el manto de la tierra es la punta de un iceberg destructor,
generado por enfrentamientos políticos, sociales,
económicos, raciales e ideológicos, que amenazan
con devastarlo todo.
Volviendo
a las vivas palabras de Ayala, persona que ha soportado
la vida sin doblegarse a lo mezquino, detalles tan pequeños como la manera tan desconsiderada con
que la gente se trata, le intranquiliza sobremanera. Se busca
con insistencia un orden temporal más perfecto y no
avanza la atmósfera del corazón que es lo que
da la ejemplaridad de climas. Sólo hay que recordar
sus recientes palabras: “La gente no se escucha, no hay respuesta,
no hay diálogo, y eso establece un nivel muy bajo
de convivencia”. Se convive y se aprende a convivir sobre
la base del respeto mutuo dentro de la diversidad natural
y, al mismo tiempo, en la dedicación generosa. Es
la gran asignatura pendiente. Como dice el sentido, o los
sentidos ayalianos: “Hay que tender, sin perder las raíces
de cada pueblo, a integrarse en una nueva dimensión
planetaria”. Sin romper ni manchar el cristal del corazón,
por aquello de que un corazón roto, se muere sin poema.
Se
queja además Ayala, poco antes de cumplir veinte
lustros de andar por esta tierra, de que: “los que gestionan
la vida pública viven en un mundo que no tiene nada
que ver con la realidad. Los políticos discuten cosas
que no tienen sentido ninguno, se pelean, se odian…” O sea,
todo lo contrario a una insigne dama o caballero de vida
ejemplar. Para ello, hay que tener armonía interior
y discernimiento de alma. Esta tarea requiere inteligencia
y voluntad, esfuerzo sostenido, ejercitación perseverante,
y una gran pureza de intención que no debe ser otra
que el servicio al bien común. D otado del sentido
del humor de los sabios, el veterano viajero cosmopolita,
sigue trabajando por un mundo más justo y más
libre. A ello se ha referido siempre, a una búsqueda
de la realidad esencial: “Lo propio del hombre de letras
es escrutar con toda libertad el mundo, preguntarse por los últimos
misterios, tratar de descubrir el sentido de la vida humana,
el sentido de todo lo existente y ofrecer sus intuiciones
plasmadas en obra a la consideración de sus semejantes
con objeto de despertar en ellos intuiciones o percepciones
análogas”. Es esa indagación coherente la que
ha dotado de permanencia su actividad creativa y de ejemplaridad
su vida. Y la vida, que todavía le queda por vivir.
Felicidades.