Todo
un detalle para quien fue un valedor del auténtico
deporte en este mundo que estamos, sin ser del mundo. Si acaso,
más somos del verbo y la palabra. En cualquier caso,
que un grupo de atletas polacos lleven una antorcha encendida
en la tumba de Juan Pablo II hasta su tierra natal con motivo
de la celebración del primer aniversario de su fallecimiento,
es un bellísimo gesto que propicia
la emoción más íntima, el encuentro más
puro y el diálogo de las flores que quieren ser poesía.
Me gusta este aire de versos que nos llenan el corazón
en recuerdo de quien sembró la palabra más honda
y clara. Nos trae esa primavera inolvidable, crecida en aromas
e inciensos que nos resucitan.
Tomar
la vía láctea de Juan Pablo II es un buen
tren de fragancias con sabor a bálsamo esperanza. Su
apuesta fue siempre el diálogo, basado en sólidas
leyes morales. Por ello, el recurso a las armas para dirimir
las controversias las rechazó de plano, por lo que representan
de derrota de la razón y de la humanidad. Sano alivio
para este planeta armado hasta los dientes para desgracia de
los débiles, a los que él siempre arropó.
La
antorcha de Lolek, como ha sido bautizada en referencia al
diminutivo con que llamaban sus familiares y amigos a Karol
Wojtyla, lleva consigo la lógica de la vida: sin sacrificio
no se obtienen resultados de luz y tampoco gozosas satisfacciones.
Su estado físico, siempre en forma, fue destacado por
todos los cronistas; quizás, por ello, se convirtió en
el Papa de las mil y un andanzas, saltando todas las fronteras
como los deportistas de alto nivel, y compareciendo ante multitudes,
muchas superiores a las que reúnen destacados eventos
deportivos. Supo que la peor prisión es un corazón
cerrado y se abrió al mundo y el mundo se abrió al
Papa. Realmente esta hazaña de la antorcha es como ese
espejo de mar que nos traslada los besos de la luna a la tierra,
no importa la lengua, raza y cultura; todos nos vemos en esa
tea de sentimientos y gratitudes.
En
cada uno de los lugares en los que se detenga la antorcha
se recogerán en un “Libro de oro” testimonios o reflexiones
sobre Juan Pablo II. Saltando todos los sueños, yo también
quisiera llegar a tiempo a algunas de esas soledades para evocar
con el más níveo de los poemas el hondo corazón
de quien fue El Grande, el buen atleta de Cristo, afanado en
el bien de la persona que no es otro que el cultivo de la verdad
en verdad vivida. Hoy, cuando hemos perdido tantos elementos
centrales de nuestra existencia, ensalzado el hombre-dios,
que resuenen las andanzas de Juan Pablo II es como reencontrarse
con la libertad que buscan los verdaderos poetas, con la capacidad
del hombre de amar el amor de amar, de llegar más allá y
trascenderse a sí mismo. Desde la eternidad también
nos habla el santo Padre. Yo lo siento. Gracias. |