Escribo
este artículo
en plena semana santa, que uno quisiera que fuese mejor santa
semana, por aquello de que la santidad nos pone en predisposición
de la escucha, algo que debe ser nuestra actitud constante.
Sólo el aliento del silencio fecundo nos hace poesía;
puesto que el verso únicamente germina de la vida interior.
Desde esa hondonada de lenguajes, entre saetas y divinidades,
se me ocurre plantear en un mundo de continuas inseguridades,
sobre cuál es la seguridad que nos asegura un seguro
de por vida para el sosiego. De entrada, yo quiero ser su llamador.
Lo armónico siempre me ha conmovido. En cientos de costaleros
y penitentes he visto que la verdad resiste, entusiasma. Para
sentirlo sólo hay que mirarle a los ojos. Peregrinan
con la verdad a cuestas. Padecen dolores, pero no perece la
emoción de dejarse abrigar con la cruz. Sólo
ella, es la fuerza pacifista y pacificadora. Me gustan estas
procesiones devotas de la verdad. No me importa apadrinarlas,
protegerlas, defenderlas, ampararlas como un defensor de la
belleza que no nace sino de la autenticidad de unos pasos vividos
a golpe de corazón. Me declaro, pues, amante empedernido
de este riesgo, el de ser costalero de la verdad para sacar
del costal del verso, la paz para unos labios en guerra.
Lo
se bien. Se que cuando alguien busca la verdad corre la posibilidad
de que no le entiendan. Este trance, aunque complicado y
difícil, vale la pena ponerlo de moda. Arriesgarse
por restaurar la sinceridad, puede ser una aventura peligrosa,
porque es ir contra la no-verdad, pero a la larga siempre será un
gozo haber plantado cara a la mentira. Por el contrario, cuando
se tiene como único objetivo inducir a la mentira o
manipular a la gente para aprovecharse de ella, estamos destruyendo
corazones, alejándonos unos de otros. Esta sensación
de falsedades en la cual estamos instalados a más no
poder, nos lleva a una desesperación total y a una sociedad
desesperanzada como la actual. La primera ficción, la
falacia más grave, salta a la vista, la poca valoración
del ser humano como tal. O sea, como persona, con derecho a
ciudadanía del mundo. Se ponen demasiados empeños,
a veces, en afrontar cuestiones económicas lo que es
cuestión de humanidad.
Soy
de aquellos que le gusta estar instalado en el riesgo permanente.
Lo de poner en práctica lo de verso en pecho
me afana, me mueve regenerar la verdad, con el único
fin de generar primaveras para todas las personas. Me gustan
los que ponen en movimiento los labios del alma y versifican
por su nombre los actos que las gentes producen. O reproducen,
sin malicia, sin fraude, sin falsificación, ni enredo.
Hay que nombrar a los conceptos y a las acciones por su patronímica
realidad. Debemos hacerlo para no confundir y ayudar al cambio
de actitudes y de mentalidades. Sobre todo, teniendo en cuenta
que la paz la hacemos todos y cada uno. No viene al caso la
exclusión. Por ello, es tan importante que los poderes
de los Estados animen a construir una sociedad donde se pongan
las semánticas en su justo significado, se vivan los
principios morales que garanticen el respeto sagrado a la persona.
Sólo así, desde la autenticidad de los lenguajes
que salen del corazón, se pueden rehabilitar actitudes
perversas que llevan consigo la rúbrica del terror.
Promover
la verdad tiene sus dificultades. Lo ha tenido siempre. Es
bastante arriesgado tomarla como bandera en una tierra empañada
por una legión de falsificadores que te ponen la zancadilla
al tiempo que te abrazan. Las farsas se representan y, por
ende, se te presentan en todas partes. ¿Cuántos
ejercen la sinceridad como norma de sus vidas? Casi siempre
se nos da mejor ubicarnos en el terreno de la duda. Faltan
cofradías que tomen plaza en el reino del mundo y nos
pongan la penitencia debida. Faltan más saeteros, aunque
haya aumentado el número de escuelas, que nos hagan
llorar por dentro. Faltan caminos donde el árbol de
la veracidad pueda echar raíces y entroncar almas. Que
se desarme la tierra ya. El diálogo como respiración
bañe al mundo. Lo de injertar la verdad en todos los
aires y para todas las vidas, es la mejor manera de poner los
cimientos de una cultura de la acogida y de la amistad social.
Es acercarnos y hacernos próximos del prójimo.
Al
prójimo no se le llega con las armas. Se le alcanza
presentándole en bandeja la verdad como fundamento de
expresión para que entone su réplica en el mismo
lenguaje. En toda obra humana hay siempre una parte de autenticidad. “Sólo
la literatura dispone de las técnicas y poderes para
destilar ese delicado elíxir de la vida: la verdad escondida
en el corazón de las mentiras humanas”, postula Mario
Vargas Llosa. Es cierto, la verdad, bella por sí misma,
entraña el gozo y el esplendor de la belleza artísticas.
Hay que haber vivido un poco para hacer literatura, también
para comprender que todo lo que se persigue en esta vida sólo
se consigue arriesgando a veces lo que más se ama. ¿Qué sería
de la vida, si no tuviéramos el valor de intentar algo
nuevo cada día? Vivir, por si mismo, ya es un riesgo
permanente. Permanecer en la verdad y obrar en la verdad es
el problema esencial para los Apóstoles y para los discípulos
de Cristo, tanto de los primeros tiempos como para los cofrades
de hoy, negándose a ser considerados figurines, exponiendo
su manifestación de fe, con el corazón en la
mano y la mano en los pasos de la trascendencia, por las calles
de los pueblos.
Los
grandes genios han sabido presentar con la belleza de la
verdad, tanto las realidades más trágicas
y dolorosas de la condición humana como las más
dulces y gozosas de la condición de vida. Carece de
sentido intentar buscar la verdad para dividir, enfrentar,
agredir, descalificar, desintegrar. No sería la verdad
del bien que buscamos. Jesús, condenado por declararse
rey, es escarnecido, pero precisamente en la burla emerge cruelmente
la verdad. Una verdad que pasa de poderes, que se muestra como
un racimo de donaciones y de servicio. Es una buena manera
de enseñar a ver y vivir en la verdad. No hay riesgo
más lúcido que el de rasgar el vestido de las
mentiras. Ni belleza más verdadera que la de desvestir
las impurezas del aire para que se purifiquen. Machado, lo
bordó: “Tu verdad no; la verdad / y ven conmigo a buscarla.
/La tuya, guárdatela”. Pues eso, que no vale la pena
cubrirle el rostro a la mentira para que parezca verdad, disimulando
el rastro de su engaño y disfrazando los designios.
Al final, sólo lo desnudo tiene su peso de verdad en
la pasarela del tiempo. |