Los
jóvenes de hoy, con más libertad
que nosotros que éramos cristianos por tradición,
aunque luego lo fuésemos por convicción, por
principio creen de una manera más auténtica,
con respuestas claras y coherentes. Esto es un gozo para aquellos
que lo descubren. No suelen tener hambre de silencio. Seguramente
han encontrado guías con capacidad de entusiasmo, (algo
que se contagia), maestros ejemplares, referentes honestos,
ambientes cálidos. En la sociedad actual –dicen las
estadísticas- que la juventud padece una gran soledad.
Para huir de ella, o sea del mundo despoblado de amor, han
surgido nuevos enganches: baños de alcohol, pastillas
de la felicidad… Sería bueno propiciar una red de activos
guías para que el joven encuentre su crecimiento humano
y espiritual. El objetivo podría ser: Qué ningún
joven se sienta sólo, sobre todo aquellos que llamen
a la puerta de alguna parroquia, por ejemplo. Sin duda, el
orgullo del joven rico de occidente es más débil
de lo que parece.
Es
cierto que nuestro mundo esta lleno de signos y emblemas
que nos atraen, sin embargo, aquellos símbolos o signo
que fomenten las maravillas de las celebraciones litúrgicas
suele quedarse en el grupo de amigos reducidos. Como les señaló el
Santo Padre a los jóvenes del todo el mundo, reunidos
en Colonia: “a veces, en principio, puede resultar incómodo
tener que programar en el domingo también la misa. Pero
si tomáis este compromiso, constataréis más
tarde que es exactamente esto lo que da sentido al tiempo libre”.
Entiendo que hay que buscar modelos de religiosidad atrayentes
para que este mensaje empape en el mundo de la juventud. Es
verdad que vivimos una profunda crisis en la aceptación
de la fe y en la perseverancia. Y es también evidente
que ha disminuido notablemente el vigor religioso en muchas
de las familias cristianas. ¿Por qué no presentamos
con autenticidad el mensaje de Jesús? Es una llave ideal
para abrir los corazones más cerrados.
No
se puede negar la realidad, el mundo de los jóvenes,
ha adoptado con frecuencia una postura tormentosa o de distancia
con respecto a la propuesta de fe. Actualmente los centros
de estudio, como pueden ser las universidades, ayudan más
bien a huir de lo religioso e incluso sienten cierta pasividad
por bucear en la verdad o fomentar el interés por la
historia del hombre. Lo cierto es que la cultura moderna
tiende a confinar la religión, todo se mueve en los
circuitos de la racionalidad, y no parece quedar espacio ni
siquiera para las razones del creer. Hay, pues, a mi juicio,
que alentar al mundo de los jóvenes a un empeño
que va más allá de la búsqueda estrecha
de los propios intereses y lo abra a un más amplio campo
de la cultura humanística-teológica.
Todos
tenemos que dar muestras de confianza y de escucha, de comprensión, de puertas libres a los jóvenes.
Pienso que a la juventud hay que valorarla más como
protagonista. A mi juicio también ha sido negativo haber
caído en el ritualismo eclesial. Se han convertido,
en ocasiones, los mismos sacramentos en algo rutinario, y tampoco
se ha renovado el tradicionalismo. Otras veces, quizás
las acciones pastorales han dado la espalda, o no se han implicado
lo suficiente, ante situaciones críticas de los jóvenes.
Consecuentemente, la misma educación recibida en la
familia les aparta de algo tan innato como es la religiosidad.
Subsiguientemente, no esperan nada interesante de esa Iglesia
que consideran no les entiende o escucha, lo que conlleva que
ha dejado de ser un atractivo fascinante y vencedor.
El
resultado de todo ello, es un desencantamiento total. Nos
agobian las preocupaciones por tener más, los intereses
personales por llegar más alto, antes que esa juventud
que camina decaída, con los bolsillos vacíos
de esperanza y la mirada triste. Despejarnos por dentro puede
ser una buena terapia, primero para reconocerse en esa juventud
distraída y, después, para poder hablar el mismo
lenguaje y que el acompañamiento se avive. |