Más de un estudiante si pudiese quitaría
el mes de junio de sus vidas. Yo también. De mayor me
he dado cuenta que no tiene sentido reducir el curso a treinta
días. A mi juicio, cada día son más los
que siguen esta pauta. Es el momento de los copiosos empachos
memorísticos, de las noches en vela para tragarse lo
que no entienden. Porque, ciertamente, el estudio requiere
constancia, tiempo para digerir y penetrar más allá de
una siembra de folios, casi siempre mal redactados, y difícilmente
entendibles. Me parece un nefasto objetivo, aprobar por aprobar,
con el mínimo esfuerzo y la máxima rentabilidad.
Quizás sería el momento de examinar a los docentes
antes que a sus alumnos, sobre lo qué han enseñado,
cómo lo han enseñado y para quién lo han
enseñado. Creo que la medición de los aprendizajes
en los alumnos debe ser más un diario, una evaluación
continua al constante trabajo, puesto que el rendimiento es
esfuerzo del día a día. Sólo la realización
se consigue con la virtud de la laboriosidad perseverante.
Frente
a esa corriente invasora de la ignorancia, la sociedad debe
instar a los docentes y darles medios para ello, para que la
sociedad recobre la seguridad en el conocimiento, fe perdida
en muchos jóvenes, patrimonio aún de unos privilegiados
especialistas que manejan los hilos a su antojo, cuando ha
de ser heredad de todo el pueblo. Considerando la idea de Kant
que “tan solo por la educación puede el hombre
llegar a ser hombre”, nos interesa la unidad de la actividad
educativa. Conviene que todos -progenitores, docentes, asociaciones…-
se movilicen, examinándose previamente cada cual consigo
mismo y luego con los demás, para trabajar juntos en
favor de los formandos. También han de recordar, tanto
padres como enseñantes, que deben sostener lo que enseñan
con el testimonio de su vida. El principio de educación
es enseñar con el ejemplo. En efecto, los jóvenes
son sensibles al testimonio de los adultos, que para ellos
son modelos. Así, la familia será por siempre
el lugar primordial educativo.
En
teoría, otra cuestión es en la práctica,
los universitarios españoles son los europeos que más
horas pasan en el aula. Sin embargo, este tiempo dentro de
los centros, para nada asegura una formación exitosa.
Los jóvenes, –así me lo han confesado abiertamente
más de uno-, acuden a la Universidad para que le den
un título. Bajo esta perspectiva, el interés
por el conocimiento es nulo y el fracaso académico está a
la orden del día. Es evidente que algo falla. Puede
que falle desde la desmotivación del alumno al que no
se le deja participar, siendo el verdadero protagonista de
sus descubrimientos; hasta la misma incapacidad del docente
a la hora de crear un clima de trabajo coherente, fomentando
sobre todo el dejar hacer, antes que el soltar un “rollo” que
adormece. Además, está visto que un sistema de
aprendizaje eminentemente teórico, aparte de ser aburrido,
ni prepara para ser persona y mucho menos sirve para la vida
laboral. Así, los empresarios, son los primeros en denunciar
la escasa formación práctica de los estudiantes.
De igual modo, la misma sociedad es la primera en censurar
la delincuencia juvenil y, sin embargo, no pone el mismo énfasis
en el rescate de estos menores con sensatos planes educativos
rehabilitadores.
Si,
sí… a examen los que examinan, sobre todo aquellos
que cosechan todos los veranos el índice más
alto de suspensos en sus disciplinas, incluso en algunos casos
excede el 95%. Ya me dirán de quién es la culpa,
con este logro tan ínfimo. No cabe echarle la culpa
al plan de estudio, a la institución docente, al medio
ambiente donde proviene el alumno y mucho menos a las capacidades
del alumnado. Todos no van a tener una actitud pasiva. Y también
a examen los progenitores, para evaluar el empeño que
han puesto en sus obligaciones como primeros educadores de
sus hijos, exigiendo el respeto a sus derechos y la no intromisión
de poder alguno a su tarea. En todo caso, el poder del Estado
en lo que ha de empeñarse a fondo, pensando en debilitar
factores generadores de exclusión social, sería
en lograr una educación de calidad que fuese denominador
común en todas las Autonomías. En esto, realmente,
toda implicación de todos con todos, es poca. Por desgracia,
todavía se sigue clasificando al alumnado según
su rendimiento académico, sin tener en cuenta otros
factores como pueden ser las desigualdades económicas
o sociales y los conflictos en familia. Qué casualidad,
son los grupos sociales mejor situados los que aún obtienen
mejores resultados. ¿Dónde está esa educación
compensatoria para salvaguardar estos desequilibrios?
Partiendo
de que ser docente no es nada fácil, puesto
que hay que enseñar inspirando en el alumno el deseo
de aprender, considero de vital importancia potenciar, aún
más si cabe, el Instituto Superior de Formación
del Profesorado gestado como un foro de debate y reflexión,
al que considero debe estar lejos de toda política,
y que al englobar el profesorado de todo el Estado, ha de ser
sumamente enriquecedor entablar diálogos y experiencias
docentes. Quizás hoy más que nunca, se precise
poner en orden e innovar sistemas educativos, homogeneizar
enseñanzas por encima del gobierno autonómico
de turno, vertebrar el sistema educativo desde la perspectiva
estatal, con un enfoque más comprensivo, sobre todo
hacia el alumnado desfavorecido o inmigrante.
Los
que examinan, claro que se merecen un examen para evaluar
el desempeño de su actividad.
Sin duda, eso estimularía el interés por el desarrollo
de lo que verdaderamente ha de ser una vocación. En
la medida en que se proponga un sistema de evaluación
riguroso, objetivo, todo el mundo se siente estimulado para
dar el máximo. Siguiendo en la misma onda, los padres
también han de tener un examen aún más
exigente con ellos mismos, el de la conciencia crítica
del deber cumplido. Con frecuencia, las familias se encuentran
desprevenidas y perplejas ante problemas que no imaginan como
puede ser el acoso escolar, el malestar en las aulas, o las
malas prácticas docentes. Pues también tienen
un lugar donde formarse e informarse, son las asociaciones
de padres, que serán fuertes en la medida de su participación
en las mismas, y que hoy, tal vez sean más necesarias
que nunca. En suma, que junio puede ser un buen mes para exponernos
al examen de los examinados. Veremos que nota nos ponen ellos. |