Por
Mingrelia Ballina González
Algunos
amigos al tanto de la literatura, me habían hablado de Ramiro
y su quehacer en la poesía, Debo admitir que no me había asomado
a su persona y a su ejercicio en la palabra; sin embargo, empiezo
a navegar cada espacio de su propuesta poética que nos va regalando
y encuentro que su tarjeta de presentación la marca un libro
colectivo publicado en la ciudad de Mérida, Yucatán, en 1979,
Al final del camino
contiene escritos instantáneos y sin preocupaciones retóricas
ni formales.
Avanzando
de su mano florida, lo encontramos en la revista literaria Génali,
escaparate para la producción del grupo del cual forma parte,
pero como suele suceder con estos grupos comprometidos con la
literatura, al no contar con recursos, creo que la única alternativa
que les queda, es la publicación de libros colectivos, y es
entonces cuando ve la luz Poemas desde el rincón celeste,
en el que comparte créditos con Ramón Iván Suárez Caamal, Waldemar
Noh Tzec y Santiago Canto Sosa.
A
partir del nuevo libro, adivinamos en el oficio de Ramiro, intenciones
por agenciarse elocuencia, recursos y técnicas que elevan cada
trabajo, un trabajo que define su propio estilo y marcada inclinación
hacia el amor, imprimiendo sus apreciaciones recogidas de manera
personal.
Este
encuentro con su realidad que es lo amoroso, no es solamente
la celebración del verbo que mueve al mundo. El poeta que nos
ocupa, se inventa igual que sus fantasías, su dulzura, sacrificio,
frustraciones insatisfacciones
y penas de alma atormentada, pero siempre inquieta.
El
amor sufrido a propia piel, es demasiado amplio que no hay obra
suya que no contenga este tinte. En numerosas antologías se
le apreció amorosamente expresivo, filial y profanamente. Se
respiran sus aires paternales y levanta su bandera por la mujer
que le llena como: Madre, Hija, Esposa, Amante, Amiga, Compañera,
sin omitir el amor y la añoranza de las cosas que el tiempo
le deja.
En
1997 El pretexto es el amor certifica a Ramiro como cantor
genuino del amor, ya que con este libro en alguna reunión, alguien
lo define como "El enamorado del amor",
acaso por encontrar
en sus poemas el medio para verter sus vivencias y sueños.
Él mismo señala en un poema “Me erigiste en
juglar amoroso/ pese a que el hambre/ y el frío llenaron mis
bolsillos."
Su
voz amorosa explota y lanza sobre el lomo de los aires su pasión
humana, pues en el texto
A fuerza de costumbre nos lo señala: “He aquí un amor que erupta por los poros de mi piel."
Y
otra vez el amor completa la obra del poeta. Cierra el círculo
romántico que abriera en relación al amor, la mujer y del entorno
en que se pierde. Para
quienes no lograron adentrarse en su libro anterior, en esta
nueva propuesta tiene un ejercicio pleno que se circunscribe
en su temática, huele más fresco, más sencillo, maduro y depurado.
Logra domesticar la bestia dormida en sus adentros. Crece vigorosamente
y vuelve con su aliento singular a los brazos del amor para
dialogar, reír o llorar estremecido, porque así es y así ha
cantado cotidianamente con esa espiritualidad que le lleva a
soñar en y con un mundo mejor.
Para
el poeta, el fervor por la mujer es un himno que encuentra lugar
en cada poema y le aplaude emocionado; aún con lágrimas en los
jirones de su vida que nos hereda o en la derrota y su devastación,
que lejos de hundirlo, lo levanta y vivifica admirablemente
en su esfera terrenal.
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