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Los últimos días de octubre se convierten en la
temporada más intensa de limpieza: las albarradas se
blanquean con cal, los patios y el frente de las casas se barren
hasta quedar si alguna hoja seca; los osarios se pintan para
albergar la llegada de las almas. Los preparativos de la fiesta
dedicada a los difuntos, son tareas que las familias realizan
especialmente, para esperar la visita de las ánimas durante
esos días; desde la limpieza de la casa, tumbas o nichos
en el panteón, hasta la compra de los ingredientes para
el guisado de los pibipollos, sin olvidar el lavado de mesas,
sillas y el mantel blanco para la mesa del altar. Volverán
a salir los incensiarios y las jícaras para el atole
nuevo. También en esos días, se acostumbra visitar
el cementerio, para manifestar respeto y orar por el descanso
eterno de los seres queridos.
El
31 de octubre –decían las “personas grandes”
es el día de los difuntitos, ellos como son angelitos,
se les pone en la mesa: silbatos de barro, frutas, caldo de
gallina con verduras, pan dulce con formas de animales, un vaso
de leche y dulces. Parte de la repostería tradicional
que durante los días de “finados” abunda
en los mercados, las cocinas y las mesas, son dulces de calabaza,
papaya, camote, yuca cocida con miel, manjar blanco, mazapán,
merengues, suspiros, etc…
Durante
la madrugada del siguiente día, las mujeres empiezan
con el ritual de la preparación del guisado: moler el
achiote con las especias, limpiar las carnes (cerdo, gallina,
pollo, pava) y cocerlas para después hacer el col. Otras
personas ayudan a lavar el nixtamal, moler para tener la masa
fresca; desgranar el x-pelón, limpiar las hojas de plátano,
los hilos de la penca de henequén para el amarre de los
pibes.
La
tarea no es sencilla, se requiere de muchas manos y la colaboración
de varias personas. Los hombres hacen el horno en la tierra,
ellos serán los encargados de encenderlo, enterrar y
sacar los pibi – pollos (aproximadamente dos horas después).
El primero se pone en la mesa de los difuntos, pues es en su
honor la fiesta; después todos a saborear la ricura de
ese manjar.
Para
el 2 de noviembre, se destina el día para llevar flores,
veladoras, al cementerio; oraciones y plegarias a la memoria
de los seres queridos… Durante esas fechas, las familias
se reúnen, conviven y comparten anécdotas; hacen
planes para el próximo encuentro. Si los bisabuelos o
abuelos asisten a la reunión familiar, anuncian “último
año… quien sabe si estaré el otro año…”
como una señal de despedida o un presagio… ¡En
estos días, casi siempre aflora la nostalgia!
Recuerdo
como los abuelos, insistían en el valor de la mesa principal
el retrato de las personas fallecidas, flores, velas y veladoras;
velas de colores para las ánimas de los niños;
para los adultos las velas blancas y una sola, para el espíritu
en pena. No era permitido pasar corriendo frente al altar, ni
tocar los dulces o panes; sólo se podía comer
algo de las ofrendas, después de las 12 del medio día
y si habías rezado. Al paso de los años, algunas
costumbres están cambiando, otras desaparecen y algunas
más, simplemente se olvidan y dejan de hacerse; por eso
bien vale la pena, que en las familias, abuelos, padres e hijos
mayores, continúen poniendo los altares, como una expresión
de respeto a los muertos; así con el ejemplo, se alimenta
la tradición. Pues en cada hogar, la preservación
de costumbres y tradiciones, ayudará a conservar la herencia
cultural de nuestros antepasados y legar a las generaciones
de este siglo la riqueza de nuestras raíces.
La
fiesta de muertos y el hanal pixán son dos buenas razones
para inculcar en los niños y adolescentes, la riqueza
de un pasado que se resiste a desaparecer y merece protegerse.
¡Celebremos el día de muertos en familia!
San Fco. de Campeche, Cam. 25 de octubre de 2009.
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