EL
NOMBRE OCULTO-ESPAÑOL
Nota
relacionada: Jorge Miguel
Cocom Pech obtuvo, en 2005, el Gran Premio Internacional
de Poesía, en la ciudad de Curtea de Arges, Rumania
-Trece
vueltas hará tu espíritu alrededor
del enorme pozo; trece vueltas hará tu espíritu
alrededor del fuego; trece vueltas hará tu espíritu
alrededor del aire; trece vueltas hará tu espíritu
alrededor de la tierra. Ahí donde estás
de pie; ahí donde se enterró tu ombligo:
primera ofrenda de tu carne para la tierra, tributo
primigenio destinado para los protectores de tu alma,
alimento sagrado para la madre originaria de tu cuerpo. -Por
eso, se te entrega tu arco, se te entrega tu flecha,
se te entrega tu lazo, se te entrega tu hierba, se
entrega tu piedra, se te entrega tu esquina, se te
entrega tu color, se te entrega tu viento, se te entrega
tu nombre. Se te entrega, se te enreda, se te entierra,
se te pega, se te pega.
-Y
para que busques el sostén de tu cuerpo:
se te entrega tu arco, se te entrega tu flecha, se te
entrega tu lazo, se te entrega tu piedra, se te entrega
tu hierba. Se te entrega, se te entrega, se te entrega… Se
te entrega, se te enreda, se te entierra, se te pega,
se te queda… No lo olvides.
-Ya
sea para que lo halles en el agua clara del enorme
pozo; ya sea para que lo halles en el crepitar del
fuego que arde en tu casa; ya sea para que lo halles
en los augurios del viento, ya sea para que lo halles
en el aroma de la tierra que, preñada de tu
simiente, anuncia el retorno de tu linaje.
-Y
para que encuentres la perpetuidad de tu espíritu:
se te entrega tu nombre… se te entrega tu esquina, se
te entrega tu color, se te entrega tu viento. Y sea tu
nombre, ave canora en el despertar de la tierra, conjuro
de gratitud que salude la eternidad del resplandor de
la Aurora ; y sea tu esquina, la que provista de piedras
preciosas, mira más allá del Alba, sitio
originario del poder de tu palabra, y sea el viento del
Oriente, el hálito sagrado del poder del silencio,
en los días cuanto tengas que guardar tu palabra,
para que sólo el soplo divino se aloje y reine
al interior de la fuerza de tu corazón; y sean
las alas del transparentes del viento, voces que encuentren
la estera espiritual, que a manera de conseja, que a
manera de oración, gobiernen la envoltura de tu
cuerpo…
-Por
eso se te entrega tu nombre.
-Se
te entrega, después de haber dado trece
vueltas por los rincones de las trece esquinas del cielo.
-Se
te entrega, después de haber subido trece
escaleras, para llegar al lugar de las trece preguntas
y de las trece respuestas.
-No
olvides que se te entrega tu nombre, que lo es solamente
para que lo oigas y lo conozcas tú.
Sólo es para que lo recuerdes. El nombre sagrado
de un hombre, cuyo destino es para el abrigo y la fuerza
de su alma, ¡recuérdalo, no se escribe,
además, ese nombre es tu fuerza y, esa fuerza
será grande y poderosa, si guardas silencio de
su origen. Nadie deberá conocerlo más que
tú; porque en él, viviendo al interior
de tu espíritu, radica tu poder en la tierra.
-Se
te entrega, se te enreda, se te pega, se te entierra… Se
te queda en tu cuerpo… Se te queda en tu alma, ya que
tu alma es la envoltura sagrada de tu cuerpo, envoltura
sagrada de nombre… 1
Y,
en tanto el abuelo iba poco a poco deteniendo sus palabras,
desde la quietud del lugar en donde estaba oyéndolo, yo, mantenía
los ojos cerrados.
Cuando
completamente todo quedó en silencio,
empecer a percibir el resuello de su respiración
profunda, y hasta me pareció oír el apacible
sonido de la energía de su cuerpo. Y como nunca
antes en mi vida, desde aquella ceremonia nocturna que
me había convertido en el verdadero habitante
de mi nombre, en el único e irrepetible habitante
de mi espíritu, al abrir los ojos, me sentí que
era yo mismo, pero distinto al mismo tiempo. Oía
si, pero con más agudeza; miraba si, pero aún
cerrando los ojos podía entrar y salir, más
allá de la luz que envolvía las cosas y
los objetos. Y tuve miedo. Miedo de ya no volver a ser
como antes. Ser yo mismo y, a la vez, sentirme distinto,
me turbaba, me aturdía. Quise huir, pero, ¿hacia
dónde? Me preguntaba a mí mismo: ¿por
qué huir de ser distinto, si en esa escapatoria
de ser uno mismo, me veo caer en las trampas de las duda?
Atrapado
en ese laberinto de titubeos, pensaba que lo fácil, lo cómodo, era quedarme en el no
ser, y ser lo que otros deciden por uno. Pero, a partir
de hoy, me decía: ¿qué hacer con
mi nombre oculto en medio de este laberinto en donde
las hojas de los árboles, trastocándose
en infinidad de ojos, miran el azoro de mi espíritu
renuente a ser distinto? ¿qué haré con
mi nombre y mis apellidos indígenas, en medio
del bullicio de números, de expedientes y claves
itinerantes, en su pretensión de convertirme en
un hombre sin identidad, en un sujeto sin rostro?
En
este enredo, y a mitad del camino, sí regreso
a ser como antes, tendría que renunciar a mi nuevo
nombre que me hace sentirme distinto e inquieto. Pero
ya no puedo. Comenzar a conocerse es paralizar todo.
Dubitar. Y el posible camino de salida hacia delante,
quizá esté en refugiarme en un viejo mandato
que había oído de mis mayores: duda de
tu duda. Si, duda de tu duda, dicen los que alguna vez,
tentados por la duda, acabaron rompiendo sus espejismos
seductores. Pero, esta noche, y en la plenitud de mi
adolescencia, cuando más necesita de certezas,
cuando más necesitaba de caminos seguros, ¿podría
yo dudar del origen de mi nombre milenario? ¿qué satisfacción
o vergüenza sienten aquellos que, a disgusto con
su origen indígena, traducen y cambian sus nombres
y apellidos? Y, ahí, parado como al inicio de
la ceremonia, mosqueándome, mordiéndome,
las dudas iban y venían… hasta que la noche se
hizo infinidad de pedazos. Como un disparo acallado por
las luces en el horizonte, la noche escribió su
epitafio sobre las alas de un murciélago que,
apresuradamente, fue en busca de refugio en los laberintos
de una gruta.
Cuando
abrí los ojos, amanecía, aclaraba.
La ceremonia que duró más de siete horas,
se había llevado los despojos del cómo
era yo, antes del ritual. En esos momentos, sin desconocer
las experiencias pasadas, y advertido de que el futuro
depara sorpresas, elegí el salto hacia Oriente,
elegí los pasos hacia adelante. Y en ese trayecto,
y sin posibilidad de retorno al mismo lugar, me quedó claro
que mi nombre, con el que se me inscribió en el
Registro Civil del pueblo, pasaba a ser el habitante
de mi cuerpo; y, el otro, el nombre secreto que me había
sido revelado esa noche, pasaba a ser el habitante de
mi espíritu.
Más tarde, el abuelo dispuso el retorno a la
huerta. Ordenó que la pesada carga de los costales
de maíz, los aperos de labranza y las calabazas
grandes, se subieran en la carreta. Los machetes encorvados
y el par de escopetas, por si se requerían, Mauro
y Goyo, hijos de don Feliciano Tuz, los traían
a mano. De
regreso al pueblo, por el viejo camino, cuyos senderos
alguna vez nos habían llevado a la ciudad de Uxmal,
pasando por X-Nojlam, X-Koloxché y Xikinchaj,
encontramos a decenas de carretas. Aquello, ese desfile
de carretones ruidosos con su pesada carga de costales
de maíz, era romería. Era en esas épocas
del verano, una fiesta al interior de los caminos. De
vez en cuando, un pleito de perros molestaba esa algarabía
trashumante.
Al
principiar el trayecto de vuelta al pueblo, venía
montado sobre los bultos de maíz, en tanto que
Mauro, asido a una cuerda de hilos de henequén,
conducía la carreta con la mano izquierda. A su
lado, mi abuelo y su consuegro, platicaban animadamente
en lengua maya, relatos de aparecidos y fantasmas, cuentos
e historias de héroes ausentes en las páginas
de mis libros de la escuela, pero que a mi me fascinaban,
más que lo que iba a aprender en el salón
de clases. Y como oyéndolos platicar, de vez en
vez, me dormitaba, al oír los golpes del chicote
de cuerda, sobre el lomo de los caballos, esa estridencia
me despertaba desconcertadamente; pues, arriba de la
carreta, oyendo sus chirridos al escalar las piedras
del camino, me permitían oír su queja,
que suponía nadie escuchaba, excepto yo que estaba
sentado en la cima de los endurecidos costales de maíz.
Si, la carreta llevaba a cuestas el peso de nosotros,
pero yo, llevaba el peso de mis angustias. Pero, ¿qué pesaba
más? El peso de la carreta, distinto al mío,
no eran iguales. Lo de ella era una carga, lo mío,
eran pesares. La carreta, una vez desocupada de su carga,
aliviaría su peso, en cambio mis angustias, sentía
que pesaban más.
Y
se me había dicho:
-De
ahora en adelante, sabrás que tu poder no
radica en la fuerza de tu cuerpo, sino en el aliento
de tu nombre, fuerza inquebrantable de tu alma.
Cuando
llegamos a la huerta había obscurecido.
Esa vez, ya muy noche, se me ordenó dormir apartado
de los demás. No me sentí a gusto. Temía
no poder mantener en silencio el nombre con que se había
investido. Se me dijo, que nadie mas que yo era el depositario
de mi nombre secreto. Si otros lo saben, lo pueden usar
para destruirte. Esa noche estuve llorando a solas, pues
el peso de saber ese nombre me aplastaba y creía
que no iba a callarlo para el resto de mi vida.
Más tarde, no supe en qué momento, el
cansancio se sobrepuso a mis angustias y me quedé dormido;
pero, antes, mucho antes de dormirme, recordaba las imágenes
de la ceremonias, así como las palabras y las
advertencias del abuelo Gregorio, quien me había
dicho:
-No
fue fácil encontrarte. Pensábamos
que no ibas a ser tú, el que llevaría el
nombre que ya conoces. Ramón y Gonzalo estuvieron
muy cerca de recibir esa ofrenda, ese regalo. Dudamos
mucho. Para estar seguros de saber quién iba a
cargar con la responsabilidad de llevar ese nombre, tuvimos
que consultar a otros que saben de esas cosas. Así llegamos
a ti. No lo olvides, pues ese nombre asegura la permanencia
de nuestro linaje en la historia y en el tiempo.
-Hoy,
como hace muchísimos años, el nombre
que lleva un hombre es su carga. Si lo lleva con dignidad
no pesa, si lo lleva a disgusto cansa. Mantén
limpio tu nombre como el interior de tu casa; porque
tu nombre es la casa de tu alma. Si tú quieres,
tu nombre podrá ser luz perpetua; si abdicas
de su dignidad, sólo será una ruidosa
cáscara.
Hoy día, hay hombres que sólo conocen
de su nombre, porque se los han repetido infinidad
de veces; entonces, ese hombre es un eco que caduca
con su vida. El tuyo, tu nombre secreto, si tú quieres,
si tú lo conviertes en la morada de tu alma,
será como
el viento que preña el retorno de tu linaje: él,
es el único que no muere sobre la tierra.
1 K'amil muk'ul
k'aba'e'. Recibimiento del nombre oculto . Ceremonia
antiquísima, destinada para el empoderamiento
del iniciado en la sabiduría milenaria de la
cultura maya. Es un ritual de iniciación para
curar el cuerpo y el alma de los hombres. El j-men ,
iniciado maya, sólo propicia su conocimiento,
sin distinción de género, a quién
ha recibido señales de este poder a través
del sueño. Pertenece a lo que hoy se conoce
como áak'ab ts'íib, escritura
nocturna u oculta. Se practica en la noche. Volver
Fuente: Texto enviado por Jorge Miguel Cocom Pech |